Por Santi Ortiz.

No
contentos con esta vileza, no tenían reparos en afirmar que las plazas de toros
eran un foco de infección y contagio que ponían en peligro a la ciudadanía, a
lo que seguía como conclusión la petición de ayuda para acabar con las
corridas.
Aprovechar una circunstancia como la que padecemos –tan grave como para
obligar al Gobierno de la nación a declarar el “Estado de Alarma”– para arrimar
el ascua a la sardina del abolicionismo que persiguen es de una bajeza moral
sólo al alcance de los espíritus más miserables; de gente malvada y sin los
escrúpulos que le impidan cometer las acciones más viles sobre otros, como en
este caso, sobre quienes nos declaramos –cada vez con más orgullo– aficionados
a los toros. ¿Con qué argumento se permiten lanzar la sospecha de que los
taurinos queremos propagar los microbios que nos tienen a todos en vilo? En su
insoportable ignorancia, ¿quiénes creen que somos nosotros?...

Aquí no hay más verdad que la que ellos dictan, y los que no
pensamos como ellos no sólo estamos equivocados, sino que no tenemos derecho a
existir.
Así comienza el decálogo de su tolerancia.
Esta concepción ombliguista del mundo les ha llevado a borrar la
frontera entre la realidad y la ficción y por ahí navegan sin importarles
mentir, difamar y engañar a quien sea con tal de imponer sus sinrazones. ¿De
dónde han sacado que las plazas de toros sean un foco de infección y contagio
del coronavirus y un peligro para la ciudadanía? ¿No se ha dicho, por activa y
pasiva, que los transmisores del germen somos las personas y no los lugares?

Tengámoslo claro: en su fanatismo antitaurino, no tienen remedio. Bajo
el vellón de su amor a los animales,
se esconde lo más bajuno, canalla, infame y mezquino de la condición humana.
La solidaridad no forma parte de su diccionario y de la nobleza no saben ni cómo se escribe.
La solidaridad no forma parte de su diccionario y de la nobleza no saben ni cómo se escribe.
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