Martes, 22 de mayo de 20an Isidro. Casi lleno. Primaveral.
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Corrida de excelentes y variadas hechuras. Primero y cuarto, extraordinarios. Encastado con un punto fiero el sexto. De mucha alegría el tercero. Rajadito un bondadoso quinto. Manejable el segundo. Corrida de tanta nobleza como matices. La mejor de la feria.
El Cid, de bermellón y oro, silencio tras un aviso y ovación tras un aviso. Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro, silencio y saludos. Iván Fandiño, que sustituyó a Sebastián Castella, de cobalto y oro, saludos tras un aviso y silencio.
Buena brega de Joselito Gutiérrez.
LA CORRIDA DE Alcurrucén fue espléndida. El escaparate: seriedad, armonía, bello remate. Variedad propia de ganadería larga, pero estaban en tipo los seis. Saltaros tres toros cinqueños, abiertos en lotes distintos. Uno de ellos, primero de corrida, fue epítome de la hondura. El sexto, otro de los cinqueños, dio impresión de fiereza al asomar y un punto fiero tuvo. Los tres cuatreños fueron entre sí tan distintos como los tres cinqueños. Pura riqueza, por tanto. Un tercero colorado –el único de pinta clara en el envío- fue toro terciado, y el más liviano, pero sacó ese galopito zumbón tan característico de la estirpe de Núñez-Rincón.
El cuarto se cantó sin hacerse esperar porque ya tomó los vuelos de capotes por abajo y, luego, fue del primer al último muletazo de una faena larguísima el toro de embestida ideal: planeaba por la mano derecha, picaba un poquito por la izquierda. Soberbios los dos toros. La ovación en el arrastre para el cuarto, un toro Fiscal, fue formidable. El arrastre del primero, bravo de verdad, sorprendió algo fría a la gente. No sería sencillo calibrar en una balanza las calidades y categoría de uno y otro. Fueron los dos más completos de lo que se lleva de feria. Justamente el día en que se cruzaba el ecuador de San Isidro.
La alegría del tercero, el único que escarbó –sólo dos veces, pero dos fueron-, se hizo contagiosa. Pasa con los toros de pinta colorada. Las palas como de alabastro, rosados pitones, ollares blancos, un gironcito canto en capa lustrosa que parecía recién cepillada. El toro tuvo la prontitud de los bravos y en ese punto fue, sin contar el temple de pasmo del cuarto, el más vivo de la corrida y el que más y antes entró por los ojos. El hondo sexto, que derribó de bravo pero a caballo vuelto, tuvo codicia y cuerda en dosis tales que, pese a ser boyante, resultó celoso. Toda la corrida fue noble. Ese último, con su punto fiero, lo fue también. Pero de otra manera. Los dos toros sobresalientes se juntaron en el lote de El Cid. El lote compensado –el coloradito y el imponente sexto- cayó en manos de Fandiño.
El menos favorecido en el reparto de toros fue Miguel Ángel Perera: un segundo con tendencia a salirse suelto de suerte y un quinto que hizo de primeras un poco de todo pero que vino a rajarse a la hora de la verdad: a irse de engaño o a resistirse cuando no pudo irse porque lo sujetaba la presencia de Perera a engaño puesto o sin poner.

Una lentitud fantástica que convenció al toro. Firmeza para improvisar en trenzas de toreo cambiado. Maestría. La medida perfecta. Hubo algún grito reventón, pero la batalla verbal de todas las tardes la ganó esta vez la mayoría cabal. Un pinchazo atacando desde demasiado lejos en la suerte contraria, una estocada caída. No quiso Perera dar la vuelta al ruedo. Molestado por el viento, que lo descubría, Perera no acertó a dar ni con el terreno ni con las distancias del segundo, que se apalancaba y, por ensillado, humilló menos que los demás, pero pudo con el toro. La estocada, de excelente ejecución pero con vómito.
El momento cumbre de la corrida tuvo por protagonista a Perera precisamente. Fandiño salió a quitar por chicuelinas en el quinto y se hizo aplaudir con fuerza. Un quite lleno de enganchones, pero valió el gesto. El gesto mayor fue, sin embargo, el de Perera en la réplica. Capote a la espalda, cuatro gaoneras limpias de más ajuste que vuelo, dos largas de recurso en la salida, el desplante de remate. Perfecto.
Ahí y entonces puso Perera su firma a esta corrida que se arrastró con las doce orejas puestas. Llevaba colgando la mitad.


1 comentario:
Pepe;
Buena corrida en linea general la de Alcurrucen, donde se fueron toros que pedían a gritos mano baja, mando y faena de puerta grande...
Lo mejor de toda la tarde como viene siendo regla general, es la sobria actuación del torero de Orduña Iván Fandiño.
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