Distinguido el torero de Salamanca en la repesca previa de San Isidro. Firmeza, encaje, seguridad, buen gobierno. Dos toros nobles de Martín Lorca toreados casi a pulso
Madrid, 6 may. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 6 de mayo de 2012. MADRID. Monumental de Las Ventas. Corrida fuera de abono. Fresco, algo ventoso. Casi un cuarto de plaza.
Seis toros de José Luis Martín Lorca; el tercero, con el hierro de Escribano Martín. Ese tercero, de esbelto porte, montado y muy astifino, desigualó una corrida baja de agujas, cuajada y armada. Fue, además, toro con genio. El segundo, cinqueño, y el quinto, bien rematado, muy nobles pero justos de fuerza, dieron juego. Se soltó hasta huirse un primero bondadoso; se empleó sin celo un cuarto manejable; se quedó o metió un serio sexto que cortó viaje enseguida.
Salvador Vega, de verde manzana y oro, silencio y pitos tras un aviso. Eduardo Gallo, de tabaco y oro, vuelta al ruedo en los dos.
Oliva Soto, de corinto y azabache, silencio tras un aviso y silencio.
Picó bien al segundo Paco Tapia. Álvaro Oliver, de la gente de Gallo, bien con capa y banderillas.
FIRME, DESCOLGADO de hombros, entero, templado y listo Eduardo Gallo con los dos toros de mejor aire de la corrida de Martín Lorca. Un segundo cinqueño, muy pechugón, orondo, de tupida pelliza y más cuajo que cara; y un quinto ligeramente bizco, ofensivo, que se lidió por libre, se enceló con un caballo derribado y sacó en banderillas son. Más son que poder los de un toro y otro.

De los cinco toros del hierro de Martín Lorca, el de más trapío pero mejor proporción fue el quinto, que no tardó en cantarse. Metió la cara, descolgó. Lentos, firmes, ajustados lances de Gallo. Pero de escaso vuelo. No fue toreo de brazos propiamente. Lidia desordenada y un percance: en el tercer encuentro de varas el toro volvió el caballo, romaneó por los pechos, derribó y se enceló con la guarnición. La pelea con el caballo caído dejó secuelas. Un desgaste. Lástima: noble, suave y fijo, el toro habría dado para fiesta mayor. No es que no la hubiera. Pero de otra manera. Gallo en tablas o, todo lo más, entre rayas; faena en un ladrillo, de tacto exquisito para sujetar al toro, que se podía ir de manos y avisaba con hacerlo. Muy calmoso el trato, incluso cuando el torero de Salamanca se animó con la voz en exceso. Limpios muletazos, limpia la porfía. Ni entre pitones ni al hilo. En el que sería único terreno posible. Siempre en la mano el toro, traído y llevado con gobierno todavía mejor que el de la primera faena. Soberbio el final con dos rizos de toro cambiado ligados con sencilla autoridad. Cierto clamor por todo eso, aunque la embestida del toro acabara pecando de agónica. Un pinchazo, una estocada delantera con vómito. Torero con ganas, con sitio, dispuesto, a gusto. Le tiraron un gallo unos paisanos. Un gallo de corral.


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