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miércoles, 26 de febrero de 2014

El ocaso del campo bravo

En el empeño de explicar la Tauromaquia por las bellas artes y la Cultura, se olvidaron del mugido atávico del toro como tótem enhiesto en el reloj de sol de los ruedos; en la persecución del sueño del toro de ojos verdes de Villalón se despeñaron los ganaderos románticos por el rocoso precipicio de la economía.
 El mazazo vertiginoso de lacaída de festejos desde 2007 -un brutal 60%, 59,2% para ser exactos, focalizado en plazas de tercera especialmente- se dibuja como el hongo nuclear de Hiroshima sobre el paisaje de las 500.000 hectáreas del campo bravo español que vivía entonces en plena burbuja


La crisis exógena que tumbó todos los sectores del país, el puyazo del 21% del IVA y la crisis endógena de quienes olvidaron que sin toro no hay fiesta han desembocado en una situación dramática: una interminable hilera de vacas de vientre camina hacia los mataderos cual sueño antitaurino -en seis temporadas, la caída se embala desde las 57.543 cabezas a las 36.346 actuales; en el año 2000 había 61.216- y otras miles y miles engendran hoy la mansedumbre del ganado de carne por pura rentabilidad.
 Los costes de producción (pienso, gasoil, etcétera...) se han duplicado y se han comido la despensa sin mercado ni salidas posibles; el mercado que en retroceso tiró abusadoramente los precios, sabedor de la situación de angustia: una corrida que hace siete temporadas valía 36.000 euros en la actualidad puede salir por 18.000, con suerte y si otro compañero no acepta cantidades menores e indecentes. 
Ni para pipas, se solía decir en castizo, ni para cubrir costes. 
La venta de toros para las calles -otrora impensable entre los miembros de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL)- se ha disparado; las otras asociaciones simplemente han quebrado. 
Avisan los sanedrines: del stock se puede pasar a la carestía de toros entre 2016 y 2018.
Ganaderías y ganaderías se hunden en las turbulentas aguas y entre las fauces voraces de la ballena del empresariado.
 Surgieron tratantes oportunistas que, como estraperlistas en la posguerra, se hacían al por mayor y por corta moneda con camadas enteras, no sólo de toros al borde de ser lidiados, sino de añojos y erales cuyos costes de mantenimiento se antojaban insostenibles en los cuatro años de inversión -cuatro es la edad reglamentaria para ser toro y saltar a una plaza, dato para profanos- que se extienden por delante como el desierto de Sonora.

Por ZABALA DE LA SERNA

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