Por Vicente
Parra Roldán
La travesía del desierto que había
supuesto el cierre de la Plaza Monumental había concluido con la apertura de la
añeja plaza que, por decisión de la nueva propiedad, llevaría el nombre de Plaza de Toros La
Merced.
Se culminaba así el proyecto ideado por José Luis Pereda García y,
afortunadamente, Huelva volvía a contar con un coso taurino.
Desde semanas antes de la fecha de la
reinauguración del coso, la empresa se encargó de publicitar el acontecimiento
que, en principio, pareció levantar cierta expectación, aunque, posteriormente,
no se tradujo en la respuesta tan esperada por todos. Como suele ocurrir tantas
veces en la ciudad, muchas palabras y muy pocas nueces. Todo el mundo hablaba
de toros, de los carteles, de la alegría de volver a contar con una plaza pero,
a la hora de la verdad, fueron pocos los que decidieron dar el paso adelante y
vivir en primera persona los hechos que se sucedieron en aquella semana.
Hubo una multitudinaria presentación
del proyecto y de los carteles que componían la programación ferial que, en
principio, fue muy bien acogida por el taurinismo onubense. Se ofrecieron
facilidades para adquirir las localidades y para desplazamiento de los
aficionados de las distintas localidades de la provincia. Sin embargo, y por
desgracia, la respuesta no fue tan positiva como cabía esperar.
La Tertulia Miguel Báez Litri dio un paso adelante para
engrandecer la feria onubense y, con ocasión de esta reinauguración, inició el
Pregón Taurino. Y, para esta primera ocasión, tuvo en otro torero onubense,
Juan Posada, el encargado de cantar y contar cuanto se esperaba sucediera en
nuestra ciudad. El maestro Posada, ahora dedicado al periodismo taurino, pudo
sacarse la espina de no haber toreado nunca como matador de toros en su tierra
y, aunque fuese desde un atril, retornó a su plaza en una emotiva intervención.
El día fijado para la apertura de la
plaza se había programado, para el mediodía, una serie de actos, que se
iniciaron con la recepción de las primeras autoridades e invitados y seguir con
la celebración, en el mismo ruedo, de una Misa, oficiada por los sacerdotes
José María Roldán y Francisco Girón, tras la que se celebró la bendición de las
diversas instalaciones del remozado coso.
La jornada concluyó con un almuerzo
ofrecido por la empresa y que tuvo como marco la Hacienda Santa María de La
Rábida y en el que se dieron cita muchas personas, brindándose por los futuros
éxitos del coso que, horas más tarde, iba a ponerse a disposición de la afición
taurina.
Y, como en tiempos añejos, la banda que amenizaría el espectáculo hacía el pasacalles desde la Plaza de La Merced hasta el coso taurino entre la admiración de cuantos acudían a presenciar el festejo y de los vecinos que se apostaban en los balcones para seguir este cortejo, preludio del taurino.
Una vez más volvió a sonar el
pasodoble Manolito Litri para que las
cuadrillas hiciesen el paseíllo. Miguel Báez Litri estrenaba un precioso terno corinto y oro; Curro Romero lucía un elegante verde con
remates en negro mientras que Pepe Luis Vázquez se enfundó un traje azul y oro.

Y salió Juanillo, marcado con el número 83 y con 470 kilos en sus lomos,
negro y del hierro de Jandilla. Luis González sería el primero en ofrecerle el
capote mientras que Ambrosio Martín fue el primero en picar. Con él, Litri no pudo alcanzar el éxito deseado
por cuanto el animal, gazapón y con escasas fuerzas, no se aunque quedó el regusto
del buen quehacer del camero.
A Pepe Luis Vázquez le tocó el lote de
la tarde, especialmente el que hizo tercero, un gran toro, ante el que el
sevillano estuvo por debajo de las condiciones del astado. A lo largo de su
trasteo hubo momentos de mucha calidad para componer una magnífica faena que
llegaría al público que, con generosidad, le premió con las dos orejas. En el
que cerró plaza, otro gran animal, Pepe Luis estuvo bien a secas.

Quien dejó los mejores momentos de la
tarde fue Curro Romero por cuanto en
su primero bordó el toreo con el capote, poniendo al público en pie tras
lancear parsimoniosamente a su oponente y cerrar la serie de verónicas, lentas
y armoniosas, con una gran media verónica. Cuando el camero tomó la muleta los
tendidos sabían que iba a suceder algo grande y así fue por cuanto Curro Romero creó una portentosa faena
con ambas manos llena de una belleza plástica inigualable. Para él fue la
primera oreja de la nueva historia que empezaba a escribirse. Con el quinto,
otro animal que no sirvió, estuvo muy torero pero sin brillar
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