Si las previsiones se van cumpliendo, México DF contará con un evento similar a una gran actuación de un grupo musical o un partido de fútbol de la selección nacional.
Se trata del mano a mano entre José Tomás y Joselito Adame, que, a priori, llenará un coso cuya capacidad de aforo es superior a la mayoría de los estadios de fútbol españoles y mexicanos.
Un evento que se ha de usar como visado para la vigencia actual de la Tauromaquia, como presente de un espectáculo que algunos consideran ya en decadencia. Pero...
¿Estamos en decadencia? Según su definición, decadencia es la pérdida de fuerza, intensidad, importancia de una cosa. O la pérdida de fuerza de los valores de un movimiento cultural, artístico o social, que comienza a debilitarse hasta su desaparición.
En los siglos de existencia de la Tauromaquia, se ha pregonado su decadencia tantas veces como ha cambiado la sociedad.
Históricamente, así ha sido. Somos parte de un movimiento o una propuesta social que ha evolucionado con el fin de subsistir dentro de las sociedades que nos ha tocado vivir. La Tauromaquia ha ido puliendo y dejando modos y formas y contenidos que las sociedades no aceptaban en su evolución.
Nadie puede negar que no somos la misma Fiesta desde la aparición del peto del caballo.
No somos la Tauromaquia de Pepe-Hillo. Esa forma de hacer Fiesta, hoy estaría prohibida.
Pero sobre todo, no tendría vigencia. No me veo presenciado un espectáculo con las tripas de los caballos por la arena. Esa sí era una Tauromaquia decadente. Sus valores no argumentaban el despiece intestinal de los caballos a la vista del público. No se prohibió el toreo, se modificó una suerte, de la suerte que, modificada, se llegó a una aceptación mayor de la sociedad de entonces.
Esto es cierto. Los tiempos hacen mella en las gentes que forman la sociedad y ésta cambia, varía, tiene ideas distintas, valores distintos, necesidades distintas.
Desde un punto de vista de observación personal, a mí hay cosas de esta sociedad que no me gustan nada. Al día siguiente de la cabalgata de los Reyes Magos, se debatía en TV si era maltrato pasear ocas por el asfalto con tanto frío y que los dromedarios hicieran lo mismo. Un debate que, dentro de mi estructura mental, es una aberración involucionada de la raza humana animal. Pero, me guste o no, es un debate actual. Y sale en la tele. Y se hace pan nuestro de cada día.
Podemos hacer dos cosas: rechazar la sociedad en la que vivimos a la espera de que la decadencia del toreo sea algo sin marcha atrás. O pensar qué podemos hacer, incluso qué podemos entregar o variar, ceder, para que esta sociedad nos admita sin que se intente prohibir la actividad.
Porque nosotros no tenemos la capacidad de hacer que la sociedad vaya por un camino diferente al que hoy camina. En realidad, creo que el toreo ha evolucionado. No creo que haya estado detenido desde el peto. Pero creo que no todo lo que ha evolucionado haya sido para fortalecernos.
Desde luego, dos cosas han sido muy negativas. Uno, el aumento del tamaño del toro como respuesta a denuncias de fraude.
Frente a un fraude respondimos con un fraude mayor, el de la matanza de encastes por tamaño, del que salió un toreo uniforme, más previsible, más monótono. Educando a los públicos hacia la visión de la perfección del muletazo limpio, no de las suertes emotivas. Desde los años 50 hasta ahora, el toreo ha cambiado una barbaridad. ¿Para mejor? Tengo mis dudas. Hemos ido hacia una inmensa capacidad para torear limpio, sin enganchones, más largo, más por abajo…, al toro más grande que jamás hayamos podido soñar.
Eliminamos para siempre la idea de que el toreo es actitud, intención. Y sólo nos fijamos en que no enganche. Es un arte limpio este de la Tauromaquia. Un arte de lavadora y lejía. Ahí la emoción queda, tantas veces, lavada en seco y centrifugada.
. Aparte de esta reflexión, los últimos sesenta años, más con la democracia, el toreo se hizo muy administrativo. Las administraciones han diseñado el número de corridas, el contenido de las mismas, los precios de las mismas...
Creo sinceramente que la suma de estos dos errores han marcado la evolución del toreo que, sin embargo, no ha servido para su aceptación social normalizada. Porque el mensaje animalista, algo que las gentes de la Fiesta no parecen tener en cuenta, no se contrarresta con un toro más grande ni con un muletazo más por abajo y más largo.
Hay algo que no cuadra: en un país que denominamos como de calidad menor, con un toro que denominamos menor por más chico, con un torero que aquí no se le echa cuenta apenas, Adame, y con otro que es cuestionado por muchos sectores, JT, se va a armar un alboroto de decenas de miles de personas. Hay algo que no cuadra en esta evolución.
Y para no entrar en decadencia, hay que cuadrar las cosas. Parar. Pensar. No existe huida hacia adelante con un toreo de tamaños gigantescos y de contenidos administrativos.
Por Carlos Ruiz Villasuso
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