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martes, 24 de abril de 2018

BALANCE DE SEVILLA

Sevilla bajó este domingo el telón de su feria. Pese a todas las circunstancias que se han dado, sin ser un serial redondo, el ciclo ha tenido momentos por los que se recordará en el futuro. Ha sido, nadie lo duda, la feria de “El Juli” y de “Orgullito”. Pero algunos abrigamos la duda de si no tuvo más calidad para el torero el que atendía por “Chumbo”, que el madrileño lidió en su primer turno. En cualquier caso, dos grandes toros.

Podemos a continuación entrar  en la discusión acerca del indulto, que ordenó José Luque, el presidente mejor orientado del palco de la Maestranza. Si nos fiamos como baremo en las opiniones de la crítica especializada, dos discrepaban y el resto estuvo a favor, o no se pronunció de forma rotunda. Nuestro criterio ya quedó expuesto en su día: “si”. Y es que animales como ese se necesitan hoy más que nunca en las dehesas, cuando la bravura y la casta anda un poquito mortecina.

Pero también hubo otros grandes toros. Citando de memoria salen al menos cuatro.  “Encendido”, con el hierro de Cuvillo, lidiado en segundo lugar la tarde del 17 d abril y al que Manzanares desorejó. “Manzanilla”, un juanpedro que también le correspondió al torero de Alicante. “Observador”, de Fuente Ymbro, que se lidió como 6º el pasado sábado. Y “Destilado”, de La Palmosilla, con el que triunfó Luís Bolivar.

Ninguna de las ganaderías anunciadas aportó una de esas corridas que llena plenamente; tuvieron toros sueltos, bravos y con calidad, pero luego los restantes no sirvieron para que su criador redondeara su feria. Puestos a elegir una con muchas probabilidad, la de Garciagrande/Domingo Hernández. Pero la que más interesó de principio a fin fue la de Miura; no  resultó una corrida precisamente fácil, pero tuvo pujanza y nunca llevó el aburrimiento a los tendidos: todo era fruto de ese binomio de la emoción y el riesgo.


La gran feria de “El Juli”  
Por otro lado, el ciclo de 2018 pasará a la historia como “la feria de El Juli”.  Y con toda razón. Las dos tardes del torero de San Blas han tenido enjundia. Una de una forma rotunda, la otra de forma menos clamorosa, pero ambas de mérito. Con sus dos toros de Garcigrande, pero también con el bueno y con  el malo que le tocó en la de Jandilla,  “El Juli” dejó claro que manda en este oficio porque nadie se le acerca a sus poderes. 

Se le podrán poner ésta o aquella pega a su sentido de la estética taurina, tan relevante si se mantiene la creencia de que el toreo debe nacer desde su origen con un sentido escultural. Pero el toreo siempre se basó en dos factores esenciales: la técnica, que el madrileño domina como pocos, y el sentido del arte, factor en el que el madrileño ha sido depurándose de forma continuada.


Está claro que de “El Juli” no puede esperarse, tampoco es necesario, ese fogonazo deslumbrante de estética como los que nos regalaba Curro. Pero tampoco a Joselito se le pedía que rompiera los moldes del toreo que acreditó Juan Belmonte: fueron siempre las dos caras de una misma moneda, la del toreo auténtico. Pero digámoslo con claridad: qué monótono sería, hasta para los más apasionados, una feria en las que todos rompieran por el palo de Morante. Aquí tiene que haber de todo, como siempre ha ocurrido.
 
Por si lo necesitara en su carrera, de Sevilla el torero madrileño ha salido confirmado en su papel de primera figura. Para ingresar en el cuadro definitivo de los verdaderamente históricas tan sólo le falta salirse de forma habitual de ese manojito de hierros, casi todos de origen de domecq, con los que se siente más seguro. O lo que es lo mismo, debiera diversificar sus apuestas para ofrecer a la afición toda su dimensión.

Los naturales de Talavante
Si entramos en el capítulo de aquellos toreros que tienen puesto fijo en las ferias, aunque pasara prácticamente desapercibido, que los aficionados estaban en otra cosa aquella tarde del 17 de abril, muy sólido, muy de recordar, fue el toreo de Alejandro Talavante sobre la mano izquierda al 3º de los de Núñez del Cuvillo. No se puede torear con más profundidad. Será porque la jornada iba por otro registro diferente, pero casi pasa desapercibido para la mayoría. Un punto desconcertante, desde luego.

Manzanares, que es uno de los soportes del abono ahora y en septiembre, ha estado bien, pero sólo bien: pudo y debió estar mejor. En el fondo, no consiguió sacar a sus toros todo lo que llevaban dentro. Incluso al de Cuvillo al que desorejó. Junto a la estética, que la tiene aunque en ocasiones sea un poco relamida, a esto hay que añadirle un algo más. Es lo que le faltó al alicantino para redondear su feria.

Gris la feria de Enrique Ponce. Parece como en su plena madurez Sevilla se le resistiera. Podría aducirse que ninguno de los cuatro toros que le correspondieron dieron un juego adecuado y que, además, estuvo en medio del tsunami que protagonizó “El Juli”. Pero lo cierto es que ese Ponce pletórico, tal que el de Bilbao por ejemplo, no resurgió en Sevilla.


Con un Castella que pasó por aquí sin pena ni gloria, como le ocurrió a Perera, la afición estaba en la creencia que podía ser el abono de Antonio Ferreras, al que ya se le concedieron los honores de entrar en la corrida de Resurrección. Aceptemos de buen grado que no tuvo la mejor de las venturas en los sorteos. Pero sólo de detalles, aunque sean torerísimos, no vive la afición. Es el riesgo que debe asumir este torero: quedarse en ese detalle colosal, pero que convence menos cuando se trata de redondear una tarde rotunda.

De los nuevos y no nuevos: Pepe Moral
A Roca Rey se le vio como siempre: firme, decidido, valerosísimo, creativo; pero no como para inquietar a los que mandan en el escalafón. Da la impresión que el peruano va a su rollo, que es muy meritorio, pero aún no ha lanzado su órdago definitivo. Es cosa de esperarle, porque sin duda tiene una buena moneda para el cambio.

Toreó de gran hondura José Garrido, que no acaba de verse colocado en los carteles estrella, siendo como es, entre los nuevos, uno de los que con más pureza concibe el toreo. Toreó de forma excelente al primero que le correspondió con el hierro de El Pilar y se la jugó con el complicado 6º. Pero la tarde había entrado en un ambiente soporífero y la actuación del extremeño no caló más entre los aficionados. Pero su crédito quedó intacto.

Soberbio estuvo Pepe Moral con la corrida de Miura. Toda una lección de cómo se puede andar por el ruedo y con miuras sin abandonar en ningún momento el temple y el buen sentido de la lidia. Una tarde de mucho peso, que ya habia tenido las buenas impresiones que causó con la corrida de Las Ramblas, que entonces sí pudo dejar verdaderos monumentos al natural. Irse de Sevilla con tres orejas de las de verdad no es pequeña empresa. Si lo de este año tampoco le sirve para verse anunciado, algo muy malo pasa en la Fiesta.


En una tarde de toros bastante deficientes, como fue la de Juan Pedro Domecq, sólo detalles muy toreros pudo contarnos Ginés Marín. Bien puede decirse que Sevilla aún no le ha visto. Pero argumentos tiene para que en ocasión más propicia convenza en la Maestranza.

Y si miramos hacia los novísimos, qué buen ambiente ha dejado Pablo Aguado. Tiene una concepción magnifica del toreo, en la que todo es verdad. Pero está por hacer. Si los taurinos tuvieron dos dedos de frente, es un torero por el que hay que apostar, dándole el tiempo preciso para que se consolide.


Por la feria han pasado muchos más nombres, como bien se sabe. La pena es que casi no han dejado recuerdos, más que de forma muy liviana y/o ocasional.  Sin suerte alguna Román, al que su primer toro de Las Ramblas volvió a meter en la cama. 

Y entre los ya más conocido, muy asolerado el veterano Luis Bolívar, con detalles toreros Curro Díaz, entregado con un mal lote Javier Jiménez y sin dejar huella Juan Bautista y Daniel Luque.  Voluntarioso, como siempre, Juan José Padilla; descolorido, El Cid y muy en su papel “El Fandi”. Y sin ninguna suerte Manolo Escribano.

¿Tanto domecq para esto?
A estas alturas de la historia, uno ya se ha hecho a la idea que las ferias, sea donde sea –salvo Francia--, se basan en el origen domecq, con un par de gotas de variedad.. De hecho ganaderías que han fracaso en abril vuelven a estar anunciadas para la feria de San Miguel. La Casa Pagés podrá aducir, y es cierto, que hoy es condición sine qua non para que las figuras se anuncien Lo cual no quita para que estas decisiones constituyan un hándicap importante para la variedad que debiera caracterizar a la Fiesta.

Ya es un poco de mal fario, que las dos ganaderías originarias --la de Jandilla y la Juan Pedro Domecq-- salieran malas y deslucidas. Pero sus copias no mejoraron la situación: lo de la Casa Matilla salió infumable y la de El Pilar tres cuartos de lo mismo. Muy hecha y con respeto la de La Palmosilla, que no hizo mal debut en la Maestranza. Interesante la de Torrestrella, muy machacada en los reconocimientos. Sin mayor interés la de Las Ramblas.

Al final, nos quedamos con dos hierros: el que hoy cría Justo Hernández, que ha sido el lote más completo, y el de Fuente Umbro que, con tener problemas, echó dos grandes toros. Pero también hay que anotar algunos toros de los lidiados por Núñez del Cuvillo.

Y las que no son del encaste predominante,  con fachada pero sin contenidos sólidos la de Victorino Martín, que defraudó. Con mucho interés la de Miura.

La suerte de varas, ¿en desuso?
Muy ligado al factor ganadero, la de 2018 ha sido en Sevilla --como por desgracia ocurre en tantas plazas-- la confirmación del declive de la suerte de varas. No puede entenderse esta realidad sin aducir la presencia del “toro predecible”, que de tan predecible como es en muchas ocasiones parece que ya sale picado desde los chiqueros.
 
Y es que en este punto hay que diferenciar dos elementos: una cosa es que la suerte se haya realizado bien --que en Sevilla hubo profesionales que se lucieron-- y otra bien distinta es que al toro moderno haya que medirle el castigo desde antes de entrar al caballo.


Adelantemos que cuando se pudo hacer, en Sevilla por lo general los picadores han cumplido bien. Pero el problema de fondo, no vale engañarse, radica en que el toro de hoy no se cría para que demuestra su casta y su bravura ante el caballo; se le mima desde que nace para que luego en el ruedo aguante esas macrofaenas  de muletazos por decenas, en el peor de los casos por encima de 60.


Mientras esta razón de fondo no cambie --que no hay demasiadas esperanzas de que tal ocurra--, estamos abocados a que la suerte de varas pase a constituir un elemento casi marginal en la lidia. Y mira que es importante, incluso entre los toros sin fondo, para que llegue a la muleta en condiciones optimas para el torero.

A lo mejor es que tendríamos que repensar si para la lidia moderna lo adecuado es mantener a toda costa ese percherón blindado, en el que el toro se estrella y con eso le basta para perder gran parte de su empuje. Cualquier cosa puede ser buen, con tal de devolver todo su valor a esta suerte. En Sevilla y en cualquier lugar del mundo.

Pero a la hora de hacer un balance de urgencia, habrá que recordar una circunstancia relevante, que no es otro que los cambiantes criterios de los equipos presidenciales a la hora de definir el toro que debe lidiarse en Sevilla.  Se ha puesto en evidencia que, por ejemplo, los baremos que se pusieron en los primeros días del ciclo feria diferían en mucho de los que luego sirvieron para dar el OK a las corridas estrella de los días de farolillos.

Por eso, la interrogante que algunos se plantean, acerca de qué es “el toro de Sevilla”, no ha recibido una respuesta ecuánime y fundada. Sin embargo, la historia nos explica con bastante claridad que lo que Sevilla no quiere es el toro fuera de tipo, cómo tampoco se define en razón de lo que diga la dichosa tablilla que se cuelga en la puerta de toriles. Lo que gusta es el toro bien hecho, siempre que tenga todos los atributos propios de su raza.

Y es que la afición hispalense siempre ha respetado que el toro “descomunal”, que ande en los límites de los 600 kilos, era un patrimonio que se reservaba para las corridas de Miura, en aquellos tiempos --tan añorados-- en los que las figuras consideraban como una obligación anunciarse con ellos. Aquel dilema tan manoseado que provocó Simón Casas, y que sólo ha resuelto a medias, de que “el toro de Madrid no es el toro de Valencia”, en ningún caso es trasladable en ningún caso a la Maestranza. Y para muestra un botón: un toro rechazado en las Fallas, luego resultó indultado en Sevilla.

Estos días, por ejemplo, han permitido comprobar, con independencia de su juego posterior, como era toros para Sevilla los seleccionó Ricardo Gallardo: sin un kilo de más, pero rematados, ofensivos por delante, lustrosos y, además, muy parejos. Bajo este punto de vista, no se les pudo poner ni un solo pero.

Por eso. bien podría decirse que el problema de “el toro de Sevilla” en realidad nace no ya de los criterios que sigue el ganadero, sino de los baremos que utiliza la autoridad a la hora de decidir su aprobación o su rechazo. Amen de ser contradictorio que se den aprobaciones en el campo que luego se modifican en los corrales. Mientras en el Palco  no se den criterios uniformes y claros, la discusión se mantendrá.

Dejemos en el capítulo de casi anécdota los descriterios que se observan a la hora de evaluar desde el Palco el número de pañuelos blancos que asoman en los tendidos. Lo ya dicho en otras ocasiones: deberían pedir a los del Plus que, al igual que hacen con el futbol, en cuestión de segundos nos canten cuantos moqueros han salido de los bolsillos. Así saldríamos de dudas.

Y el público
Dos notas, en fin, sobre el público sevillano. Uno no se ha puesto contar cuantos aficionados por el rito de la ortodoxia siguen siendo asiduos de esta plaza. Pero una cosa es cierta: sigue siendo la plaza de España que concentra un mayor número de aficionados entendidos en su sentido más propio sobre el número total de espectadores. Eso se nota, se palpa en el ambiente. Y no sólo por esos cantados –y temidos por los toreros-- “silencios” de la Maestranza.

Pero dicho lo anterior, y a la espera de que el Gerente de la Casa Pagés nos cuenta cómo le salen los números, la feria de 2018 ha venido a confirmar dos cosas, ya apuntadas en las anteriores ediciones.


 Al reducirse el número de abonados, la Maestranza necesita del espectador ocasional para poblar sus tendidos. Por tanto, para atraerlos la Empresa con toda lógica hace su distribución de toros y toreros según días según circunstancias, aunque ello no responda a las ideas de los que milita en la estricta observancia. 

b. Los comportamientos del público se han estandarizados cada vez más con los de otras muchas plazas: está comprobado que  ni subir el nivel torista, ni acudir a los toreros locales, mejora resultados. 

Frente a todo esto, una simple ocurrencia: como adquirir el abono entero cuesta una pasta y los foráneos se ven con una docena de entradas que la mayoría no va a poder utilizar --que Sevilla no es barata para pasarse dos estancias prolongadas--, a lo mejor habría que pensar en partirlo en dos, como se hace en Madrid, distribuyendo entre ambos las novilladas de abono. Y no por ello hay que abdicar por completo del abono total: tal posibilidad ya está prevista en la normativa vigente. Pero de esto quien sabe es Ramón Valencia.


Reportaje gráfico: La Maestranza-Pagés

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