Por PACO GUERRERO.
Entre la tristeza, el cansancio y la desesperación de este encierro involuntario y sin embargo
necesario que recrea las horas de nuestros días me entero de la muerte de Manuel Roig, el
Niño de la Isla.
A Huelva se le ha muerto un torero y esta puñetera pandemia nos deja a todos
los que le admirábamos sin poder despedirlo como se hace con las personas decentes y nobles
que esta cosa grande del toreo nos fue arrimando desde la condición de cronistas.
Ya escribí
de él un día que esa figura espigada y seria no dejaba sino reminiscencias de lo caro que habría
sido su toreo si tal como reza el dicho “se torea como se es”. Y Manolo Roig siempre se me
apareció en algún día de encuentro en Peñalosa, ese reducto litrista en la madurez del
patriarca al que tan cercano siempre se sintió o entre la mendigada mediocridad de
semejantes sabelotodo del toreo en tantas reuniones de gentes, destacar siempre como un
personaje rezumando una increíble pose torera y humana de las que pocas hay. Manuel, El Niño de La Isla, se ha llevado entre ese reguero de fina estampa su imagen de ese
rincón cabal entre el bullicio de la Plaza de Las Monjas. 
Foto Arizmendi |
A ese puro, impenitente compañero entre sus dedos, que desparrama su humo con temple al
azahar de este abril sin procesiones ni nazarenos; sin Cristos ni Esperanzas en las calles de su
Huelva lo ha rematado con un leve macheteo dejándolo apagado y se ha marchado en busca
de otras soledades que no abrumen tanto el alma como lo hacen estos tiempos tanto a la vida
como al toreo que tanto amó.
Mas el Niño dela Isla seguirá siendo por siempre ese hombre
afable, de fina estampa como diría María Dolores Pradera en el cantar y esa infinita educación
a flor de piel.
A Huelva se le ha muerto la exquisitez de este onubense con pinta de lord inglés y la vida se ha
llevado por delante un trozo más de la historia torera de esta ciudad.


Descanse en paz y
mucha suerte, caballero de la vida, en ese ruedo eterno de los toreros
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