A José Miguel Arroyo “Joselito” se le ha concedido la Gran Cruz de la Orden del 2 de Mayo por su aportación al arte del toreo y su reconocida calidad personal.
Cualquier distinción a un torero importante y a un hombre cabal como Joselito honra también al toreo en toda su magnitud.
El madrileño ha sido un matador de toros en toda la extensión del concepto, ya que durante muchos años fue la mejor espada del escalafón.
Como torero fue sobrio, rotundo y un lidiador de mucho fuste que daba seguridad y categoría a los carteles en los que se anunciaba.
Como persona, pocos ha habido tan poco pagados de sí mismo como él.
Se tomó la profesión tan en serio como su vida particular, lo que hizo de él un ser humano irrepetible e inolvidable para todos los que le conocimos como torero y como hombre. No era amigo de estridencias ni exageraciones de ningún tipo y sin renunciar a su categoría bien ganada en los ruedos, su humildad de carácter le hizo querido y respetado en todos los ambientes en los que se desenvolvió.
Su libro autobiográfico es un auténtico alegato sobre los valores que el ejercicio de tan difícil profesión puede aportar a un hombre, capaz de encauzar a su través en positivo un destino que en su niñez se le presentaba duro y difícil.
Con su retirada la Fiesta perdió a uno de los grandes, pero ganó un hombre de una pieza.
Porque los grandes toreros ni mueren totalmente ni se retiran para siempre, simplemente se difuminan pasando a formar parte del paisaje vital de quienes los conocimos y admiramos.
Por Paco Mora
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