José AledónEl melancólico octubre aún queda algo lejos, pero no por ello se nos puede afear apresuramiento alguno al escribir estas líneas en el florido mayo, pues el maestro siempre decía que él contaba su tiempo desde el mismo momento de la concepción, de modo que, según sus cuentas, aún pecamos de tardíos.
Hombre tan excepcional y con una vida tan larga e intensa como la suya es siempre una fuente inagotable – incluso no estando ya entre nosotros – de energía y estímulo para lograr ese - tan feliz como inestable - equilibrio entre el trabajo y el placer, entre la obligación y la devoción.
Valenciano consciente de serlo, libó de la esencia de otros paisanos ilustres con los pinceles en la mano: Carlos Ruano Llopis, su querido maestro; Roberto Domingo, a quién más admiró, Peris Brell, Porcar, Segrelles y Ricardo Verde, dilecto amigo, generando un estilo propio inimitable.
Pintó de todo y lo pintó bien, pero su pasión, su devoción, fue la pintura de toros y toreros, por ese orden, notándose a las claras en toda su obra el inmenso amor que profesó a los animales a lo largo de su vida (era una verdadera institución para los gatos de su vecindario, no siendo nada raro verle muchas noches darles de comer), mostrando la sin igual belleza del toro de lidia, tanto en el campo como en la plaza.
Estas líneas no pretenden llegar siquiera a esbozo biográfico, sino más bien transmitir, con pincelada suelta, mi más profunda y sincera admiración hacia el artista y el hombre, a quien tuve el privilegio de conocer.
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