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miércoles, 25 de abril de 2012

La noble corrida de Jandilla se fundió en la muleta

 

  • Una oreja para Talavante después de un soberbio volapié


13ª Feria de Sevilla
25/04/10.
Toros: JANDILLA, bien presentados y que tuvieron nobleza aunque se apagaron muy pronto por su falta de fuerza y casta (1).
<>ALEJANDRO TALAVANTE:<> de obispo y oro. Estocada (una oreja). Dos pinchazos y estocada caída (palmas) .
EL CID: de grana y oro. Pinchazo y estocada (silencio). Estocada desprendida (silencio) .
SEBASTIAN CASTELLA: de nazareno y oro. Pinchazo y estocada desprendida (silencio). Media estocada y descabello (silencio) .
El efecto farolillos ya se nota en los tendidos porque la gente se anima, en pleno ambiente de feria, y llena la plaza, después de las paupérrimas entradas que, en general, ha registrado la Maesrtranza.
Y en esta ocasión no se le pueden poner reparos a la presentación de los toros. Jandilla envió una corrida seria, a la altura de esta plaza. Pero, ¡ay!, una corrida a la que muy pronto se le notaron sus carencias, especialmente la falta de fuerza, añadida a la escasa casta. Ha sido la clásica corrida engordada a última hora, atacada de comida para cumplir con el peso y que luego se funde en la muleta.
La mayoría de los toros embistieron con nobleza, especialmente el cuarto, un toro sobrado de clase y que por su debilidad de patas dió al traste con la faena de El Cid, en la quedó el sello del torero en una tanda de naturales espléndidos. En el primero de su lote el torero también se tuvo que conformar con unos muletazos de buen corte hasta que el toro se apagó del todo.
El tercero de la tarde, al que apenas le castigaron en varas, tuvo cuerda para que Talavante se templara sobre la mano derecha y dejara en unos naturales su tarjeta de visita de gran muletero.Una faena que rmató de un enorm e volapié y que le valio una oreja. No pudo rematar su tarde en el sexto, que estaba literalmente lisiado.
 Castella, que atraviesa un bache que parece un socavón, estuvo por debajo de su primer toro y llegó al patetismo en el quinto, un moribundo al que masacró entre mantazo y mantazo.

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