La noticia, por esperada, no ha dejado de caer como una losa en todos los rincones del planeta de los toros. Manolo ya había perdido la batalla contra el maldito cáncer y el final era irremediable. Tenía seguramente, muchos proyectos en la cartera.
Cortés no fue una gran figura del toreo pero sí logró esa rara catalogación de torero de toreros, de espejo de formas y modos, esa difícil naturalidad que adornaba su tauromaquia luminosa.
Manolo era un sabio del toreo que supo poner su conocimiento enciclopédico del arte de torear al servicio de la preparación y formación de toreros en trance de forja. Le pueden preguntar a Manuel Escribano pero, especialmente, a dos diestros sevillanos a los que supo sacar sus mejores registros.

Quedaban dos para su alternativa valenciana de manos del que fue su ídolo y espejo, el gran Antonio Ordóñez, que también le confirma en Madrid unas semanas después. Aquel mismo año, en una segunda tarde, cuajó la que seguramente es su mejor tarde madrileña. Fue el 25 de mayo de 1968 al inmortalizar al toro Inglés, marcado con el hierro de Antonio Pérez.
Carlos Abella diría de él en su Historia del Toreo que «ha unido a su majestuosidad y elegancia una gran facilidad lidiadora, combinando el embrujo con un toreo eminentemente técnico». Esa suma de arte y ciencia le serviría para solventar con eficacia su adscripción a las llamadas corridas duras.
Pero los aficionados más veteranos dicen que cuajó su mejor actuación en Sevilla el 17 de abril de 1972 a un ejemplar de Samuel Flores llamado Cotorro. Antes, en 1969, había llegado a cortar cinco orejas en una misma feria en la que llegó a ser sacado en volandas por la Puerta del Príncipe en dos días consecutivos cuando el raro privilegio no se sometía a la dictadura matemática.
No se puede concluir este repaso a la vida profesional de Manolo Cortés sin evocar su relación con la plaza de Madrid en la que brilló en sendas actuaciones con toros de Cobaleda, Campos Peña y Los Bayones.
Fue en una tarde veraniega, el 30 de julio de 1995, después de confirmar la alternativa a Marcos Sánchez Mejías. Dos años después decía adiós definitivo al traje de luces en la Feria de Abril de 1997 alternando con su paisano y epígono Fernando Cepeda –un matador que bebió de su ancho venero– y el diestro cigarrero Vicente Bejarano.
Después llegaron las facetas de apoderado, del preparador y mentalizador de nuevos matadores y siempre, el torero de toreros.
Descanse en paz.
Álvaro R. del Moral
1 comentario:
Buen torero. Elegante y con mucha técnica. Lo vi en Lima en 1969. Me gustaría ver más videos de él.
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