Por increíble que parezca, hacía siete días exactos que López Simón caía en Albacete con el muslo abierto. Una sutura de 40 grapas atenazaba ayer su paseíllo de prematura reaparición. Perera en la memoria de todos.
Por su ausencia entraron Simón y López Garrido, la cantera de hierro, junto a El Juli como máxima figura.López Simón demostró ser de otra galaxia. Muy lejana. Donde habitan los héroes. La movilidad reducida en la pierna y la palidez en el rostro. Una visita a la enfermería nada más deshacerse el paseíllo.
Y la ovación a la muerte del manso genuido y agarrado al piso que liquidó El Juli. Saludó montera en mano con la verticalidad y la media sonrisa de los hombres tristes.
Paró López Simón a pies juntos al serio toro de Daniel Ruiz con dificultades. Una revolera liberó el apuro entre lances. Prácticamente entero se lo dejó en el caballo.
Brindó al doctor Masegosa que conoce ya sus venas. La apertura por alto y clavado como el mástil de una bandera provocó los oles al unísono, vaciando gargantas en el pase de pecho. Cinco derechazos ligados adquirieron tintes de conmoción. Ninguna tanda volvió a ser tan frondosa en número, pero sí en calidad. El embroque de un carisma acongojante antecedía a la curvatura. Un cambio de mano desprendió profundidad en la izquierda. Por esa mano vendría la voltereta. Seca. Dura. Un terremoto para la escalera de grapas que cosía el muslo derecho; el agujero iba en el izquierdo ahora. No manaba sangre. La tez de Alberto cobró color de lápida. Las piernas no sostenían el cuerpo que hace siete días pasaba por el quirófano. Agua por la nuca. Y los redaños para apurar una tanda de redondos más porque el aliento no se sentía. Atacó muy en largo la suerte suprema. La estocada quedó desprendida. Los tendidos eran una manicomio y el presidente Coy, la imagen de la estulticia. Ya no es cuestión de ser más o menos aficionado, autoridad o no; es cuestión de ser persona. Negar la segunda oreja a un tipo que ha hecho un esfuerzo sobrehumano descubre un alma negra. La bronca se oyó en Cádiz. La plaza llena obligó a Simón a dar dos vueltas al ruedo. Y de ahí a la enfermería otra vez. Un camino que se conoce de memoria Alberto ya.
La tarde se había desatado apasionada. La cumbre de Juli y Cortesano, nombre de toro histórico, fue sensacional de principio a fin. Las hechuras lo cantaban ante la fealdad agresiva de algunos toros anteriores. Juli lo cuajó de pitón al rabo simbólico que cortó. Las verónicas hasta los medios y las dos medias con las que abrochó. El quite por lopecinas o zaponinas tras el puyazo cumplidor. Y El Juli que se propuso defender su cetro ante los gallos del corral. Un ataque en tromba pero el temple como nexo. Los pases cambiados no habituales en la tauromaquia de Julián. Una triada. Un lío. Y desde ahí todo el toreo por abajo, desencuadernado Juli, encajado, roto. La zurda echada al hocico, dormida la muleta y la profundidad en la que desembocaban inmensos naturales con un cuarto de tela a rastras; la hondura en sacrificio de la estética de Juli en estado puro. Trincherillas, pases del desprecio, molinetes zurdos enroscados, circulares invertidos... Y el toro que no paraba de embestir con un tranco descomunal cuando el torero le volvió a conceder distancia. Coy, el inmutable usía, no se pensó tanto asomar el pañuelo naranja como racanear la heroicidad de Simón. Si le vale para mejorar a Daniel Ruiz el fondo y la belleza escasa de su ganadería bienvenido sea el indulto en tiempos de carestía. Juli se metió con Cortesanopor el túnel de la vida. Y agarró los máximos trofeos con la fuerza de los grandes.
Simón regresó de la enfermería maltrecho. Podía perfectamente no haber vuelto. Hay que destocarse ante su hombría temeraria. Para colmo un pitonazo en mitad de la faena le dobló el semblante. No podía con su espíritu aun con la noble condición del quinto de cara exageradamente abierta. Aguantó hasta el final, cerró por manoletinas y se cobró una estocada y el premio adeudado. Que no borra la injusticia.
Garrido no se quedó atrás y arreó como un jabato con un toro lavado y de agresivas puntas por delante. Y una movilidad nervuda y descompuesta. Toreó de nuevo extraordinariamente a la verónica y tiró esta vez de su contrastada capacidad y sólido valor para pelear con aquellas arrancadas de cara suelta y los pitonazos por doquier. Versión guerrillera del extremeño que el otro día demostró que sabe torear muy bien. Pero tocaba la guerra. El trofeo traía distintivo amarillo.
El himno de la Legión le tenían que haber tocado a José Garrido con el hondo sexto en lugar del pasodoble. Cuando se paró el toro que había apuntado cosas buenas, hasta que dejó de tenerlas, se montó literalmente encima. Y de un espadazo finalmente lo mondó. Otra puerta grande que se sumaba a las de Juli y Simón -sostenido entre dos costaleros- en una tarde de las que hacen afición. El mayoral de Daniel Ruiz se apuntó a la fiesta y completó el póquer. La pasión incendiada y desbocada del toreo. La apoteosis final que necesitaba Albacete.Que vuelvan.
Por ZABALA DE LA SERNA
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