Ahora que estamos sin rey, y andamos divagando entre democracia o monarquía, como dicen algunos advenedizos políticos, confundiendo la velocidad con el tocino, ha llegado a Las Ventas un Emperador.
De Extremadura y España. Miguel Ángel Perera ha sido entronizado en Las Ventas por la causa del toreo. Sé que es una putada, pero he sostenido que este torero lucía con corridas, con toros, importantes, y no de ganaderías de medio pelo o comerciales. Su concepción del toreo, su oficio y su técnica le hacían más que artista, un torero poderoso. Su muleta un látigo dominador de fieras. Dominador de casta.
Posiblemente el toro mejor del encierro de la ganadería de Adolfo Martín, pero en Adolfo, ha sido desorejado a pares por este torero, seguramente, en la mejor faena de la feria, por su concepción, planteamiento y ejecución. Elección de terrenos. Poniéndose de verdad para desengañar las embestidas descompuestas por el pitón derecho. Hecho esto. El natural. Los naturales fueron fundamentales para cuajar lo importante. Sin un paso atrás. Haciendo el toreo puro, el bueno, el que llega a la gente y el que hace falta enseñarle a las nuevas generaciones maleducadas por el destoreo reinante de figuras de pitiminí. Por eso esta faena ha sido la faena, que además colofonó con una buena estocada aunque traserita pero efectiva. Ya en el tercer toro de la tarde el Emperador Perera con un Adolfo sin humillar y sin entregarse, anduvo firme y firmó dos naturales de antología. Primó más la disposición y decisión que la eficacia aunque logró pasajes buenos por el pitón derecho. Esa actitud de figura le hizo llegar al sexto en plenitud de emociones.
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