Otra vez, con este torero, se masticó la tragedia en la plaza e, instantes después, la resurrección y la gloria. Parece ser el sino de José Tomás.
Acababa la faena al quinto, se dio la vuelta para dirigirse al burladero y tomar el estoque de verdad cuando el toro, al que había perdido la cara, se arrancó, lo empaló por detrás y lo volteó de forma espeluznante; dio el torero una vuelta de campana en el aire, y el testarazo en el suelo fue tremendo. Tomás cayó bocabajo y en la arena quedó inerte hasta que fue recogido por las asistencias, con el cuerpo desmadejado, y trasladado a la enfermería como un trapo.
Se preparó, entonces, Finito para acabar con el toro y allí andaba el hombre, tras un pinchazo con el semblante despavorido, a punto de dar el mítin, cuando hete aquí que José Tomás aparece por el callejón y la locura se apodera de los tendidos. La preocupación por la horrorosa cogida se transfiguró en apoteosis, gritos de “torero, torero” hasta que acabó con el toro —la cara de Tomás muy pálida y las fuerzas mermadas—, y los tendidos piden y exigen al presidente las dos orejas que pasea en verdadero loor de multitud.
Fue, sin duda, la resurrección de José Tomás. Fue una cogida de muerte, parecía que le abandonaba la vida camino de los médicos, pero volvió a la gloria torera en pocos minutos. Cosas de los genios.
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