LA AGRADABLE SORPRESA DE DOMINGO
VALDERRAMA
Por VICENTE PARRA ROLDÁN
De forma sorprendente, en la puerta
principal de la plaza de toros de La Merced surgió la figura de un maletilla
que, a la manera clásica, pedía una oportunidad. Se trataba del joven
valverdeño Sergio González, quien estuvo unas jornadas demandando sus deseos de
actuar en el coso pues la empresa decidió organizar un festejo bajo el pomposo
nombre de “Huelva busca un torero para Huelva”.
Por entonces, de nuestra tierra
estaban en el mundo taurino Emilio Silvera y Miguel Conde como novilleros con
picadores, con un Salvador Ortega prácticamente retirado, y Miguel Báez Litri
hacía su campaña de becerrista. Con la reinauguración de la plaza, habían
comenzado unos atisbos de una nueva generación taurina, pero aún no había
logrado salir al exterior y tan solo eran unos proyectos. Sergio González era,
quizás, el único novillero de la tierra, por lo que merecía estar en ese
cartel, además de haberse ganado la oportunidad.En la festividad de San Pedro del año 1.985, la empresa organizó una novillada de promoción, con la presencia de dos jóvenes onubenses en el cartel. Sin embargo, una vez más, los aficionados dieron la espalda al festejo y, a la hora de su celebración, escasa presencia en los tendidos de seguidores de los diestros locales.
Para el espectáculo, se eligieron
erales del hierro empresarial, a nombre de Clotilde López Domínguez e hijos,
que, en general, fueron bravos y nobles, permitiendo el lucimiento a los
actuantes, aunque, por circunstancias, no todos ellos fueron capaces de
triunfar.
Abrió plaza el rejoneador lusitano
Joaquín Verissimo que demostró tener una buena monta y estar muy acertado con
los rejones de castigo, creciéndose en las banderillas para acabar al segundo
intento, por lo que fue muy ovacionado. En este novillo actuaron los forçados de Serpa que, entre las delicias del público,
llevaron a cabo con mucha facilidad dos pegas, por lo que también se ganaron
los aplausos.
No tuvo fortuna con su oponente
Antonio Manuel Punta por cuanto el eral, además de mansear, tuvo escasez de
fuerzas. Pese a ello, el de Gerena puso de manifiesto su buen gusto con el
capote y muleta, pero los fallos a espada le privaron de alcanzar un éxito
mayor, pero dejó entre los aficionados un buen sabor de boca.
La algabeña María Jiménez se encontró
con un excelente novillo, bravo y noble, que supo aprovechar, especialmente,
por el pitón izquierdo para construir un trasteo que fue muy ovacionado y
jaleado por el respetable. Pese a fallar con la espada, el público le concedió
una oreja con la que paseó el anillo entre grandes aclamaciones.
Quien sí estuvo más afortunado fue
Domingo Valderrama que enardeció a los espectadores con sus maneras de utilizar
la capa y la muleta dejando muestras de su sabiduría, buen gusto y hondura de
su toreo, que cautivó a todos. Lástima que no acertase con los aceros y lo que
pudo haber sido un triunfo muy importante se quedó tan sólo en un apéndice,
pero las maneras de torear del imberbe torero quedaron grabadas en las retinas
de los espectadores.
Las ganas que habían llevado a Sergio
González a pedir esta oportunidad de torear se vieron materializadas durante su
actuación, donde destacó su valentía y su buen quehacer, aunque, lógicamente,
la falta de uso de las espadas le condujese a perder los trofeos que se había
ganado. Aun así supo ganarse el afecto de los espectadores que le aplaudieron
con ganas.
Cerró el cartel Sebastián Rengel y no
tuvo suerte con el flojo eral que le cupo en suerte, por lo que su actuación
fue breve, ganándose una ovación del respetable que comprendió las escasas
opciones que tenía por delante.
Al concluir el festejo, María Jiménez
y Domingo Valderrama fueron paseados a hombros por algunos aficionados como
muestra de la satisfacción que sus respectivas actuaciones habían dejado entre
el público, aunque sus compañeros de cartel también supieron dejar algunos
recuerdos estimables en la mente de los que habían tenido la oportunidad de
contemplar sus maneras de concebir el toreo.
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