José María Manzanares ha estado correcto toda la tarde, con algunos pasajes de buen gusto.
'El Juli' ha tenido mala suerte con su lote y no ha podido ni siquiera intentar el triunfo en su vuelta a Las Ventas
Décimocuarta de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y un sobrero de Zalduendo (1º), desiguales de presentación. El 1º, muy manso y rajado; el 2º, buen toro, noble, repetidor y con mucha calidad; el 3º, noble y de muy buena condición; el 4º, de mal estilo; el 5º, deslucido; y el 6º, mirón y complicado. Lleno de «No hay billetes».
El Juli, de gris plomo y oro, estocada trasera y tendida (silencio); pinchazo, estocada (aplausos). José María Manzanares, de burdeos y oro, pinchazo, estocada (saludos); estocada (silencio). Miguel Ángel Perera, de verde botella y oro, estocada, aviso (dos orejas); buena estocada, aviso (oreja).
Salir a hombros pareció un castigo. Un sufrimiento atravesar el umbral soñado hacia la calle de Alcalá. La multitud agolpada a los pies de la Puerta Grande, a los pies de Miguel Ángel Perera acosó al torero hasta derribarle, o casi, se perdía en la visibilidad al diestro en la horizontal. No había horizonte. Aquello se convirtió en una vía crucis, una penitencia exagerada después de la grandeza vivida en el ruedo. Perera fue el rey. Dueño y señor de la tarde. Estaba para él. Ayer o nunca. Y anduvo el extremeño perfecto en dos faenas antagónicas, en las antípodas una de la otra, ambas llenas, roto Madrid, porque antes había irrumpido con fuerza Miguel Ángel. Versión renovada, depurada, mejorada fue la que dio con el tercero.
Ya en un quite por chicuelinas, muy centrado, aunque nos agarró de pronto en la barriga con dos tijerillas que quisieron ser el final del quite, pero fueron tan buenas, tan lentas, tan toreadas que encontraron el hilo conductor. Pasado el tiempo, vencida la faena, resultaron el primer capítulo de una obra de dos trofeos. Incontestables. Se desmonteró Juan Sierra con los palos y brindó Perera al personal.
Después llegó un comienzo de aguante, estatuarios en el tercio, muy quieto, muy ajustado, pero no fue esta la faena de asustar. Disfrutamos. Y lo hicimos desde que tomó la diestra con un temple exquisito, ese son que tenía el toro, muy noble, con muy buena condición, pero toro que destapa a los toreros mediocres.
Y así con esa espada hasta la empuñadura, Miguel Ángel Perera se alzó con la Puerta Grande de Madrid con el único argumento de un recital de toreo bueno, hondo y profundo. Sin cogidas, sin temor, y sin el prototipo de toro de Madrid de tirar la moneda al aire. Con ese animal, con ese material, fue capaz de condecorarse con el doble premio y una faena de mucho corazón.Con el sexto, que tuvo mal estilo, parado y mirón, tiró del repertorio valeroso que tan bien conoce y más de uno, a su vez, de lexatin. Tragó Perera, aguantó en las cercanías, parón, mirada dudosa y los pitones más cerca de lo que dice la lógica. Al toro le costaba pasar, el torero lo veía cristalino. Y así conviviendo en esos diminutos terrenos con el toro, sin el menor amago de quebranto, y con espadazo, logró cortar un trofeo más. Tres en Madrid forma parte de los sueños dorados.
El Juli topó con un sobrero de Zalduendo rajado sin solución y un cuarto de mal estilo. Era su vuelta después de dos años de ausencia. Le queda una tarde, una carta, la Beneficencia. Cuenta atrás. La tarde de gloria fue para Perera y los 24.000 que lo vimos
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