“Está loco”, pensó la plaza entera.
Y Fandiño, entre el silencio ensordecedor de la tensión extrema, se tiró materialmente sobre el morrillo del animal, que lo encunó entre los pitones, lo lanzó hacia el cielo hasta dar una vuelta de campana completa antes de estrellarse contra la arena.
El torero se levantó movido por un resorte para comprobar, feliz, que la espada estaba enterrada en todo lo alto.
Y los tendidos, de forma unánime, estallaron en un grito emocionado, expulsado del alma, incapaz a estas alturas de aguantar tanta turbación.
¡Maravillosa locura…!
De ANTONIO LORCA http://cultura.elpais.com/cultura/
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