Una puerta grande más en Madrid para Diego Ventura. Y van ya 13. Pero ha sido una puerta grande fruto de la pura aritmética reglamentaria, no por una causa mayor. De lo que cabría deducir que la Puerta Grande se abre con mucha más facilidad para el toreo a caballo que para el toreo a pie. La corrida de Los Espartales fue muy deslucida, con tan sólo un toro de calidad, que fue el 2º. Y con ellos la tarde se fue a ratos con acrobacias --algunas profundamente antiestéticas hasta para el circo--, y a ratos, menos, con lo que debe ser la lidia a caballo.
MADRID. Novena de feria, La empresa colocó el “No hay billetes”, aunque había bastantes localidades sin ocupar. Toros de Los Espartales (José L. Iniesta), reglamentariamente despuntados, noble pero sin fondo el 1º, con calidad el 2º, los cuatro restantes mansos y complicados. Andy Cartagena, silencio y ovación. Diego Ventura, una oreja y una oreja. Leonardo Hernández, ovación y ovación.
Si un torero de a pie tiene una actuación parecida a la que Diego Ventura realizó a caballo, la bronca habría sido monumental con la oreja del 5º y nada digamos de esa puerta grande, que sirve para la estadística, pero que aunque fuera reglamentaria careció de todo sentido. Quizá por eso, al caballero hispano-portugués los costaleros de turno lo sacaron con tantas prisas del ruedo.
Le correspondió a Ventura el único toro verdaderamente con calidad, que fue el 2º. Lo toreó a placer, siempre muy reunido. Hubo una banderilla al quiebro con “Fino” de antología y otra buenísima con “Remate”, como antes con “Nazarí” hizo todo un alarde cómo se puede torear templadamente desde el caballo. Pinchó antes de dejar el rejón de muerte. Se le concedió una oreja meritoria.
Lo que su segundo turno ya fue otro cantar. Cierto que el espartalero, manso como sus hermanos, desde que saltó a la arena daba un derrote arriba, casi rebañando. Pero con eso ya se supo desde el minuto 1; lo que resultaba menos esperable es que los cuatro caballos que sacó Ventura se vieran atropellados, en un par de ocasiones además de forma muy comprometida. De toda su labor se salvó de verdad la última banderilla que colocó a lomos de “Sueño”, el resto todo un tanto a empellones, incluso cuando trataba de llevarlo encelado en la grupa. Eso sí, tiró de recursos para en lo suplementario llegar a los tendidos. Muy valiente y arriesgado, desde luego; pero lucido no resultó mucho menos.
A pesar de lo cual el palco sacó pañuelo blanco.
El abuso de las acrobacias llegó a su culmen con Andy Cartagena.
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