El conjunto del entorno social e institucional en el que la Fiesta debe desenvolverse encierra suficientes incógnitas como para la globalidad de los sectores taurinos se pusieran a la tarea de diseñar un nuevo marco común de relaciones, tanto en el ámbito interno de los profesionales, como mirando hacia la Sociedad. Si son inteligentes, en este empeño contarán siempre con el paraguas protector de los aficionados, a los que tan poco se les suele tener en cuenta.
Mirando de forma especial a la realidad que hoy se vive en la Fiesta, estamos, o debiéramos estar, en días para hablar de paz y de entendimiento. Pero de paz y de entendimientos concretos, realistas, eficaces.
Las circunstancias no permiten que hoy se trate exactamente una paz de corte octaviano, aunque fue justamente el emperador Octaviano quien pacificó el Mediterráneo, concluyó la conquista de Hispania y cerró una etapa de guerras civiles, al inicio de nuestra era. Pero, desde luego, llenar el mundo del toro de calma y de sosiego en los espíritus no es un empeño desdeñable. En los días navideños y fuera de ellos.
Y es que cuando las aguas bajan un tanto revueltas, como hoy ocurre en la Tauromaquia, siempre resulta conveniente ir al resguardo de un remanso, para allí poder diseccionar las diferencias, acercar los puntos de encuentro y, en suma, tratar de llegar a la conclusión de que si en la barca común no se impone la sensatez difícilmente se llegará a esa dársena en la que las buenas y pacíficas palabras sustituyen al intemperancia, en las que el diálogo se imponga al griterío.
De modo natural cuando se habla de diálogo surge el nombre de Sevilla, de la Casa Pagés y del G-5. Pero no es sólo esa la única trifulca que nos desborda. Hay otras que aunque sean más silenciosas no resultan menos graves. Es el caso de la crisis profunda en la crianza del toro bravo, que tanto debiera preocupar a todos; es, cómo no, la cima que se abre bajo los pies de los nuevos valores, cuando las oportunidades se hacen escasas y duras, siendo como son indispensables; pero es, en especial, un entorno social y político que cada despertar parece aportar nuevos nubarrones al horizonte de nuestro mañana inmediato.
Pero frente a problemas como éstos, y como otros de similar hondura, no cabe recogerse al cobijo de eso que se llamó el buenismo, una especie de optimismo vital nacido de ensoñaciones no de realidades. Con tranquilidad y con sosiego resulta mucho más conveniente y necesario acudir a un diálogo de todos con todos, bajo el denominador común de buscar única y exclusivamente el bien de la Fiesta y de su futuro.
A la vista está que el escollo principal que encontramos es que hoy se habla mucho de diálogo, pero en la práctica se dialoga poco y, sobre todo, se busca menos la posibilidad de un acuerdo realista. Siquiera fuera porque cada día crecen las filas de quienes apuestan por ser detractores de la Fiesta, ya habría motivos más que suficientes para aparcar diferencias gremiales e individualistas, para buscar entre todos ese punto común que hoy se precisa como en ninguna otra época.
Lo que no vale, cada día vale menos, es dejar pasar el tiempo, como si éste todo lo fuera a curar. El mero paso el tiempo sólo nos hace mayores, pero no más sanos, ni más fuertes. Por eso dejar correr los días mientras se contempla el atardecer puede resultar incluso un entretenimiento agradable, pero en ningún caso cambiará nada.
Cierto que después de un atardecer siempre nace un nuevo amanecer. Pero no nos debiera pillar sumidos aún en la somnolencia, que es lo que suele ocurrir cuando no se da un motivo relevante para levantarse con los bríos de quien quiere ganar cada día su batalla.
Por ahora, esa antorcha del diálogo se la ha echado a sus espaldas la Unión de Criadores, que persevera en ese empeño. Bienvenido sea. Pero no menos bienvenido será que esa apuesta, en la que los criadores no piden nada para sí mismos sino para la Fiesta, fuera recogida por todos lo demás sectores con la misma altura de miras y con el propósito común de cimentar un futuro mejor.
Cabría pensar que, al fin y al cabo, todo esto no son más que buenas palabras, propias del tiempo que vivimos. Grave error sería tomarlo así. Hoy ya no se necesita de buenas palabras, sino buenas actitudes y mejores resultados, como son los que nacen del acuerdo común, del empeño por arrimar solidariamente el hombro para sacar adelante ese tesoro inconmensurable que es la Tauromaquia. Es lo que exigen los tiempos revueltos que se nos acercan.
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