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jueves, 14 de abril de 2016

INDULTO DE LEY

Los pocos aficionados que han acudido a la Maestranza se llevaron la alegría de su vida, que ya era hora, por otra parte, después de tantas tardes de penuria. 

Asistir en directo al indulto de un toro sensacional, bravo en los tres tercios, encastado y noble, un animal cuajado de virtudes, es una experiencia que queda para siempre en el corazón; un episodio histórico que reconcilia con la tauromaquia, reconforta el sacrificado ánimo y compensa de tanto aburrimiento y desesperación.

Lo acaecido en el ruedo sevillano fue el triunfo apoteósico y arrebatador del toro, el gran protagonista de esta fiesta que tan grandes misterios encierra.
Se palpaba la felicidad en los tendidos cuando Cobradiezmos, de pelo cárdeno, nacido en diciembre de 2011, número 37, de 562 kilos de peso, perseguía incansable la muleta, arrastrando el hocico por el albero; pronto surgieron los primeros pañuelos en solicitud de un indulto, e, instantes, después, la plaza era un auténtico clamor porque se había hecho presente el toro auténtico, el toro bravo.
La vuelta al ruedo de Manuel Escribano, que paseó las dos orejas simbólicas, y del ganadero Victorino Martín, fue lenta y cargada de emoción. No era para menos.
El toro se encontró de salida con Escribano, que lo esperó de rodillas con una larga cambiada, y continuó con unas apasionadas verónicas en las que el animal embistió con fiereza y codicia. Acudió con presteza y empuje en las dos entradas al caballo, donde hizo una buena pelea; templado y al galope obedeció en banderillas, y llegó al tercio final codicioso, encastado, cargado de ímpetu y nobleza, incansable, desbordado de cualidades. Acudía con rapidez al cite, perseguía el engaño, fija la mirada, largo el recorrido, y repetía una y otra vez a las órdenes del torero.
A Manuel Escribano le tocó la lotería y supo estar a la altura de las nada fáciles circunstancias. Dibujó, quizá, la faena de su vida, templadísimo y largo por ambas manos, gustándose, con elegancia y cabeza para no romper el embrujo creado en la plaza. La faena fue larga porque el presidente, con buen criterio, reflexionó con serenidad, y, mientras el animal seguía y seguía embistiendo, apareció el pañuelo naranja, la bandera de la gloria para la fiesta de los toros.Cuando Cobradiezmos acompañó a los cabestros camino de los corrales, ufano y feliz, entre la atronadora ovación de los tendidos, la corrida podía haber terminado. No está el corazón de los pocos aficionados preparado para otra conmoción.
Por cierto, el aspecto de la plaza al inicio del festejo era deprimente. 
Toros de Victorino Martín, el mejor ganadero del mundo, según Joaquín Vidal, miércoles de farolillos en Sevilla, y media entrada larga.
 Claro, que en la terna no figuraban figuras rimbombantes de las que gustan a los públicos modernos. Pues ellos se lo han perdido. 
Una tarde como esta es difícil que vuelva a repetirse.Escribano recibió a su primero con mucho ánimo, y su faena resultó tan aseada como sosona, monótona y destemplada. Es cierto que al toro le faltaba vida y tendía a levantar la cara en cada pase, y así, la decisión del torero no encontró recompensa. Después, le tocó el gordo y lo invirtió de maravilla.
Paco Ureña cortó las dos orejas del tercero de la tarde, otro toro bravo y noble, con el que estuvo muy por debajo de la condición de su oponente. No hubo toreo de capote y solo una tanda irregular al natural, y la faena con la mano derecha tuvo altibajos y no fue, ni de lejos, una labor rotunda. Mató muy bien y el premio fue exagerado. Muy deslucido fue el sexto.
El lote menos propició le tocó a Morenito de Aranda, y no fue capaz de sobreponerse a las dificultades de sus toros. Pesado en ambas faenas, no encontró la forma de acoplarse a ninguno de los dos, sufrió varios desarmes y una voltereta, y la impresión final es que el serio compromiso le vino ancho.



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