
Y la vuelta a la mano de firmar antes de enroscarse en un molinete de magia: se le había caído la muleta en un remate –de llevarla tan prendida de los dedos- y del suelo la recogió para envolverse en ella y dejar el cuadro pintado casi del todo con un raro relámpago. Casi. Porque antes de cuadrar, toreó con la zurda a pies juntos –la escuela gallista antigua- y a la igualada se llegó con un sutil juego de manos.
La banda acompañó el concierto con esa versión tan sinfónica del Amparito Roca –la percusión apagada, el pífano en solos- que parece patentada, nueva y otra. Una estocada, muerte lenta del toro, colorado, que, noble a rabiar, fue de los de llevárselos envueltos a casa como un postre de manteca. Dos orejas. Un clamor indescriptible. Se había vivido la faena de Morante como una verdadera fiesta, rubricado y subrayado cada uno de sus tiempos y celebrado como una monumental comunión pagana.Sevilla, 15 abr. (COLPISA, Barquerito)
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