
Vayamos, pues, a lo nuestro, a trabajar por la integridad de la Fiesta, por la verdad permanente del arte del toreo. Lo demás siempre se quedó a lo largo de los siglos como un ruido ocasional.
Demostrado está que resulta inútil toda argumentación. No le valen ni los razonamientos históricos, siendo como son milenarios; mucho menos, cualquier consideración relacionada con el arte y la cultura; incluso le molesta profundamente que se les recuerde la larguísima relación de intelectuales que apostaron por la Tauromaquia como parte del ser de España. Y nada digamos si se argumenta con el hecho económico y social que representa la Fiesta. Ellos van invariablemente a la suyo, que suele pasar por llamarnos bárbaros y asesinos, por considerar que somos tal que Nerón cuando incendió Roma y mandaba a los cristianos a los leones del circo.
En tales circunstancias, cabría preguntarse si sirve para algo entrar a rebatirles sus tesis, o si no es mucho mejor pasar de largo. Si nos remontamos en los augurios catastróficos de algunos intelectuales, la Tauromaquia no debería haber superado ni el siglo XVIII. Sin embargo, el arte del toreo ha llegado con toda vitalidad al siglo XXI. Y lo que aún le queda por delante, cuando incluso en épocas de crisis pasan de 15.000 los espectáculos que se organizan al año en España.
Si demostrado está que el diálogo sirve de poco en estos casos, ¿para que debatir con quien, sencillamente, no quiere ni oír –y mucho menos contemplar-- los argumentos de su contrario?
Resulta mucho más higiénico archivarlos en la carpeta de lo olvidable. Frente a quien nos tilda directamente de “asesinos”, sin otra fundamentación que su libre albedrío, ¿qué diálogo cabe?
Resulta mucho más higiénico archivarlos en la carpeta de lo olvidable. Frente a quien nos tilda directamente de “asesinos”, sin otra fundamentación que su libre albedrío, ¿qué diálogo cabe?
Por semejante inutilidad, más me molesta cuando se comprueba la manipulación según la cual se hace decir a alguno aquello que en realidad no dijo.
Sin remontarnos tan arriba, que no hace falta, un caso palmario es el de D. Miguel de Unamuno, al que se encasilla como una de las luminarias del antitaurinismo. Y no es cierto. Desde luego, don Miguel escribió en su momento: “Nunca he resistido una corrida”. Y en su derecho estaba. Pero como era amante de la verdad a continuación añadió: “Me explico que haya quien goce con las emociones de una corrida de toros y busque en la plaza un drama vivo sin engañifas”. Por eso nunca pidió la supresión de la Tauromaquia. Resulta evidente que, según conveniencias del caso, muchos se quedan con la primera parte de la frase, pero a propósito borran la segunda. Y eso no es intelectualmente riguroso.
Sin remontarnos tan arriba, que no hace falta, un caso palmario es el de D. Miguel de Unamuno, al que se encasilla como una de las luminarias del antitaurinismo. Y no es cierto. Desde luego, don Miguel escribió en su momento: “Nunca he resistido una corrida”. Y en su derecho estaba. Pero como era amante de la verdad a continuación añadió: “Me explico que haya quien goce con las emociones de una corrida de toros y busque en la plaza un drama vivo sin engañifas”. Por eso nunca pidió la supresión de la Tauromaquia. Resulta evidente que, según conveniencias del caso, muchos se quedan con la primera parte de la frase, pero a propósito borran la segunda. Y eso no es intelectualmente riguroso.
Me parecería ramplón e inadecuado traer aquí a colación aquello del “ladran luego cabalgamos”. Como el taurino siempre ha sido extremadamente respetuoso con los demás, aunque ese modo de actuar no encuentra correspondencia alguna por la otra parte, nunca diría que los intelectuales antitaurinos “ladran”; sencillamente, diría que exponen su modo de pensar, ejercen su derecho al libre pensamiento y la libre exposición de sus ideas. Lo que ocurre es que tales pensamientos no concuerdan ni con la verdad histórica ni con la realidad social. Y esto ya no es una simple opinión: es una realidad.
No sólo no agredimos a nadie que piense de forma diferente, sino que tan respetuoso somos que hasta cuando en el Congreso se debatían unas normas taurinas, se les invitó a participar en las jornadas de estudios previos en pie de igualdad con quienes defienden la Tauromaquia. No conozco caso en el que ellos hayan hecho algo parecido.
Por eso, soy de la opinión que tal debate no sólo es inútil, que eso está demostrado por la práctica, sino que resulta incluso contraproducente. Sin descalificar a nadie, sin buscar silenciar sus opiniones, más me apunto a, sencillamente, pasar de largo de toda esa maraña estacional, que a nada conduce, por más que de antemano sepa que así que vuelva otra vez el mes de mayo, volverán también los cantos a nuestra inminente muerte civil, repetida hasta la saciedad pero nunca cumplida.
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