Era argumento mayor la repetición y el reencuentro de Talavante y Roca Rey solo dos días después de su exhibición del viernes. Ambiente eléctrico, escorado del lado de Talavante, a quien nadie reprocha nada.
Ni siquiera su poca decisión para atacar con la espada al cuarto.
Y, de parte de una ruidosa minoría, exigencia desmesurada con Roca Rey.
Pero de Roca Rey fueron los grandes momentos de la corrida. Al sentirse exigido como figura principal del reparto, Roca Rey asumió papel protagonista.
Una entereza más que llamativa. Desde su salida a quitar en el primer toro de Talavante –en los medios, intercalando tafalleras y caleserinas, remate de larga notable, runrún de los grandes- hasta el momento de echarse encima del toro de Marca con la espada en un segundo viaje de torero de valor.

No teniendo el toro sino ganas de pararse, se creó una tensión nada sencilla. La primera y única vez que Roca tiró un cambiado por la espalda, más de alivio que de alarde, lo castigaron los exigentes. La mayoría subrayó con eco mayor los logros de la faena, que fue larga por tensa. Un aviso antes de la igualada. Dos pinchazos, una estocada sin puntilla. No quiso el torero limeño salir a saludar. Pero volvió a quitar en el segundo toro de Talavante. Quite mixto y redondo de chicuelinas y tafalleras, y media buena.
Así que al soltarse el quinto la cosa estaba para Roca Rey. Gigantón el quinto, que romaneó pero se repuchó en una primera vara. Cómo arrastraba una pata, surgió una bronca que parecía contra el toro pero rebotaba en el torero. Antes de cambiarse el tercio, y tras la segunda vara, Roca se fue a los medios, se plantó en ellos capote a la espalda, citó de largo y le pegó al toro por los dos pitones cuatro, cinco saltilleras de supino ajuste. Al rematar sobrevino la caída y casi cogida, el autoquite rodando y el derrumbe del toro. El quite se celebró como acontecimiento. Pañuelo verde, pero la ovación, la mayor de la tarde, fue de trueno.
El toro de mejor son fue el primero. Posada lo toreó de capa con decisión, encaje y regusto bueno. Por arriba no quería el toro, sino todo lo contrario. Faena más de acompañar que de dominar. Cuando se embraguetó, perdió Posada pasos. La vieja lesión de tendones del brazo derecho pasó factura: cuatro pinchazos sin confianza, una estocada. El sexto de corrida se desencuadernó a las primeras de cambio. Un sobrero cuajado de Mayalde, serio galán, que, muy sangrado, no duró casi nada. Afán visible de Posada, muletazos cortos, reuniones provocadas, naturales de buen trazo pero de uno en uno. Y una estocada.
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