NOVILLADA DEL ABONO MAESTRANTE.
Digo más: de haberlo sabido, hubiesen dirigido toda suerte de rezos al Altísimo para que la lona se hubiera quedado atrancada en la puerta (ni para atrás, ni para delante) con la inevitable y, a la postre, feliz suspensión del festejo, por llamar de alguna forma a lo perpetrado en el coso del Arenal.
Y no me refiero a los novilleros, únicos señores que afrontaron su responsabilidad con la honestidad y vergüenza torera que merece una plaza como la de Sevilla.
De hecho, Varea y Curro Durán se arrimaron como jabatos; y Rafa Serna, toreando por deliciosos naturales, cautivó a los tendidos con un concepto basado en la naturalidad y en la verticalidad, conquistando una oreja de ley en medio de un tremendo aguacero.
Porque resulta que llovió como el día de Noé, y con el ruedo convertido por momentos en una piscina, torear era difícil y embestir, bastante más.
Sin agua, no obstante, poco hubiese mejorado la cosa merced a los horrendos y en ocasiones encanijados utreros de Albarreal que, gracias a una banda de incompetentes enciclopédicos, se lidiaron nada menos que en Sevilla cuando lo normal es que los hubiesen corrido por las calles, porque para otra cosa no valían.
A las 11 menos cuarto de la noche fue arrastrado el único animal de hechuras dignas y alimentación decente, un sobrero con el hierro de Cayetano Muñoz que sustituyó a un buey de la ganadería titular, y que como no hubo forma de meter en los corrales, había tenido que ser muerto a estoque por Rafa Serna.
Al fin, los más sufridos espectadores huyeron de la plaza calados hasta los huesos y renegando de los perfectos inútiles que componen esa fauna moderna conocida como “taurinismo
Por Álvaro Acevedo
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