1. Juan Belmonte no es un torero. Es un símbolo. No se le puede definir, no se le puede catalogar. Todos los toreros, desde los más altos a los más bajos, desde los padres de la tauromaquia al último aprendiz, están perfectamente definidos y juzgados, por relación, por comparación, que es el procedimiento para establecer apreciaciones y categorías en todos los aspectos de la vida. Belmonte no tiene más patrón que Belmonte. (Gregorio Corrochano, 1917).
2. Nunca vi arte más puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No hubo oropel, relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreara para nadie, me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá (Corrochano, «La del Montepío», 22 de junio de 1917).
4. Conozco tres de los retratos que hizo al gran torero. Los tres reflejan lo que Juan poseyó, como torero, más acusadamente: el patetismo.Aquel patetismo, tan suyo, que comunicaba al público como de corazón a corazón se transmite el amor, la pasión, flecha que lo traspasa y deja huella indeleble. (Cañabate, «El Belmonte de Zuloaga», 23 de noviembre de 1957).

6. La alcoba de Belmonte es de este estilo moderno, bonito y elegante. En una mesa escritorio, colocada bajo el cuadro de Romero de Torres, hay unos cajoncitos abiertos en los que curioseamos: postales, retratos, tarjetas... -No hay cartas de gachís -dice el criado-; las cartas las rompe en cuanto las lee.
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