1. Juan Belmonte no es un torero. Es un símbolo. No se le puede definir, no se le puede catalogar. Todos los toreros, desde los más altos a los más bajos, desde los padres de la tauromaquia al último aprendiz, están perfectamente definidos y juzgados, por relación, por comparación, que es el procedimiento para establecer apreciaciones y categorías en todos los aspectos de la vida. Belmonte no tiene más patrón que Belmonte. (Gregorio Corrochano, 1917).
2. Nunca vi arte más puro, más valentía natural, más dominio, más estética. No hubo oropel, relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreara para nadie, me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá (Corrochano, «La del Montepío», 22 de junio de 1917).
3. No me explico, pues, cómo Belmonte, aunque hoy se encuentre en la cúspide de la fortuna y de la gloria, puede recordar con pena aquella época en que tenía un buzo que bajaba al fondo de las aguas para buscarle el diario sustento y al que él, como es natural, procuraba abastecer siempre de aire respirable (Julio Camba, 4 de septiembre de 1935).
4. Conozco tres de los retratos que hizo al gran torero. Los tres reflejan lo que Juan poseyó, como torero, más acusadamente: el patetismo.Aquel patetismo, tan suyo, que comunicaba al público como de corazón a corazón se transmite el amor, la pasión, flecha que lo traspasa y deja huella indeleble. (Cañabate, «El Belmonte de Zuloaga», 23 de noviembre de 1957).
5. Belmonte resultaba un ejemplar en absoluto fuera de serie (...). Era el señor, el hombre de pro, el héroe doblado del discreto. Yo admiraba en él cómo llevaba su historia y con qué afilada inteligencia había hecho ventajas en lo profesional y en lo social de las contras que, sin comerlo ni beberlo, le había deparado la Naturaleza. He visto en otros dignidad como la suya, pero mayor. Jamás vi soldado menos fanfarrón. No alardeaba de sus hazañas, porque el verdadero límite las está viendo en los ojos de quienes le escudan (Emilio García Gómez, 14 de abril de 1992).
6. La alcoba de Belmonte es de este estilo moderno, bonito y elegante. En una mesa escritorio, colocada bajo el cuadro de Romero de Torres, hay unos cajoncitos abiertos en los que curioseamos: postales, retratos, tarjetas... -No hay cartas de gachís -dice el criado-; las cartas las rompe en cuanto las lee.
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