Aquí está en juego algo mucho más trascendente que si la feria de abril sevillana tiene mejores o peores carteles.
Hoy aquí y mañana en no se sabe donde, parece que algunos se empeñan en que la afición vaya declinando poco a poco.
Es la preocupada conclusión que se llega cuando se analiza la evolución que viene siguiendo los profundos desacuerdos que se mantienen entre la Empresa Pagés y parte de las figuras.
Metidos de lleno en la disputa de cuales son los dineros y los respetos debidos a cada una de las partes, unos y otros se olvidan de cuáles son los intereses de la afición.
En la Fiesta no todo se puede reducir a "tanto pido, tanto pago", porque si el personal decide inhibirse ante la taquilla, al final no es que no haya dinero para nadie, es que los dos se quedarán es sin clientela.
El lío en el que anda metida la Empresa Pagés para la confección de los carteles de la temporada sevillana, que allí el abono es más amplio que la feria de abril, está superando todos los límites previsibles, para bordear ya una situación preocupante incluso más allá de la capital andaluza.
Parecía que después de las disculpas y los perdones, las relaciones de la Empresa con las figuras más relevantes se iban a encauzar de forma razonable para todos, pasando la triste página de la temporada de 2014 y tratando de hacerlo “sin vencedores ni vencidos”.
Ahora se vivía pendiente de lo que ocurra cuando se cumplieran los plazos dados en la última apuesta de Canorea y Valencia: ofrecer cinco tardes a Morante de la Puebla y cuatro a José Mª Manzanares, como solución a la ausencia de El Juli, Perera y Talavante.
Para mayor complicación el torero de la Puebla del Rio primero salió diciendo que lo de su contratación para Sevilla “está al 50%”, o lo que es lo mismo: que no se podía dar por segura. Después de lo previsto por la Empresa, Morante ha confirmado que en sus planes ya no entra torear en la Maestranza. A partir de ahí, lo que conteste Manzanares tendrá necesariamente menos relevancia: una corrida de más no arregla este desaguisado.
Puestos a especular, se podría suponer --que ya es una cierta osadía--, que los toreros hayan salido con unas exigencias imposibles de asumir, pero eso no deja de ser una suposición; lo único comprobado es la incapacidad de la Empresa por gestionar un conflicto. No han salido de uno y ya se han metido en otro.
No sólo es lícito, sino que además puede ser completamente realista, que la Empresa aduzca que los dineros disponibles, y más después del bajón espectacular del número de abonados, impone limitaciones económicas. Pero ese no es un dato que pueda considerarse sobrevenido por sorpresa y el último minuto. Cuando hicieron sus ofertas de diálogo al G-5 ya conocían cuáles iban a ser sus líneas rojas, esas que limitan entre la ruina y el equilibrio presupuestario. Con lo cual, a lo mejor es que pecaron de optimistas cuando lanzaron su llamada a una concordia que luego no iban a poder soportar sobre las cuentas.
Los toreros, cómo cualquier artista, están en su legítimo derecho de marcar cual es el listón de sus honorarios, conocedores de antemano que asumen a cambio el riesgo de no ser contratados. Pero también deben asumir que, a base de tensar la cuerda, corren el riesgo de que los aficionados pasen de ellos y, lo que es mucho peor, pasen de ir a las plazas.
Quiere ello decir que aquí no sólo está en juego el dinero que los toreros consideren legítimo pedir y que la Empresa entienda como prudente ofrecer. Antes que eso lo que está en juego es el futuro, el de los protagonistas de los desacuerdos como profesionales y, en especial, el de la Fiesta como tal.
Y es que la Fiesta es así de compleja: no todo se reduce a un simple tanto pido, tanto pago. Hay además un importante intangible que luego resulta que es completamente tangible y hasta medible: sin afición no hay Fiesta.
Y de eso parecen haberse olvidado en Sevilla y al unísono la empresa y las figuras. Sin embargo, cuando se marginan los intereses de los aficionados, se ha tomado un camino lleno de incertidumbres y peligros mayores.
Y no será porque se carezca de ejemplos clamorosos de lo que ocurre cuando entre unos y otros se da la espalda a la afición.
Sin ir más lejos ahí está el caso de la propia Casa Pagés cuando se hizo cargo de la gestión de la plaza de Las Ventas, donde los protagonistas hicieron bueno el viejo dicho: “toda situación es manifiestamente empeorable hasta la ruina total”. Luego costó años que todos aquellos que se habían ido del coso de la calle de Alcalá volvieran a los tendidos madrileños y la situación se comenzara a normalizar.
Por eso la dinámica que han tomado los acontecimientos de Sevilla causan una preocupación importante; aquí está en juego algo mucho más trascendente que si la feria de abril tiene mejores o peores carteles.
Hoy aquí y mañana en no se sabe donde, parece que algunos se empeñan en que la afición vaya declinando poco a poco. Cuando eso ocurra, entonaran el “ay madre, ay madre”, pero ya será tarde
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