Estas razones, objetivas, chocan de plano con esa especie de silencio o de incredulidad que, para algunos, ha supuesto el deseo del matador sevillano para conmemorar sus quince años de alternativa : encerrarse en Madrid con seis toros de la ganadería de Victorino Martín.
Una decisión que no es la un desesperado, ni la de un adolescente, sino la de un torero que sabe de lo que va el paño.
Ese deseo de El Cid ha de tomarse, primero, con todo el respeto. Segundo con admiración y, tercero, con una lógica que comienza a describirse en el párrafo primero. No creo que haya duda alguna que, tras aquella faena de El Tato en Sevilla, nadie ha toreado mejor a los victorinos que El Cid.
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