El torero sorprendió por sus dotes desde pequeño
Gregorio Corrochano (1882-1961) fue un maestro de periodistas; para muchos, el mejor crítico taurino de todos los tiempos. Reunía las dos cualidades necesarias: saber mucho de toros y escribir muy bien. Sus crónicas, en ABC y Blanco y Negro, eran seguidas con pasión por profesionales del toreo y aficionados.
Su libro fundamental, «¿Qué es torear?Introducción a la Tauromaquia de Joselito», es una de las más completas y sabias. Nace de lo que él vio hacer en los ruedos a Joselito (al principio, llamado Gallito) y corroboró, años después, viendo a Domingo Ortega; es decir, la línea más clásica, más ortodoxa: primacía de la técnica, dominio sobre el toro. Todo se centra en la lidia: “Torear es mandar en el toro”.
En este libro, recoge muchas anécdotas del que es considerado «el mejor de los toreros». Recojo aquí una, que demuestra su condición de auténtico niño prodigio del toreo.
Los muchachos del herradero
«Siendo niño, se reveló en un tentadero de Miura. Se lo oímos referir al ganadero. Estaba Joselito en un burladero, viendo la tienta que hacía su hermano Rafael, impaciente por intervenir. Vista una becerra en el caballo, le dijo don Eduardo a Rafael: ‘Déjale a tu hermanillo que la toree de muleta’. Salió del burladero Joselito, que entonces no era más que el hermanillo chico de Rafael y, sin vacilar, se fue con la mano izquierda; la becerra le achuchaba mucho, se defendía y apenas se dejaba torear. Rafael le dijo: ‘José, ¿no ves que achucha por el izquierdo? Toréala con la derecha’. ‘¿Con la derecha? – exclamó extrañado José-. Anda, toréala tú’. Y dio la muleta a su hermano.
Salió Rafael el Gallo con la muleta en la mano derecha, y, al dar el primer pase, se le coló y le derribó. José, riéndose, le hizo el quite. ‘¿Por qué habías visto que no se podía torear con la mano derecha?’, le preguntaron. ‘Pues porque, desde que salió, hizo cosas de estar toreada. No pueden haberla toreado nada más que en el herradero, y, como los muchachos que torean al herrar las becerritas, torean con la derecha, comprendí que, al achuchar por el lado izquierdo, por el derecho no se podía ni tocar. Y ya lo han visto ustedes’. Entonces se cayó en la cuenta que, efectivamente, la habían toreado los muchachos del herradero. Don Eduardo Miura, siempre que relataba el suceso, admirado de la intuición de este torero, añadía: ‘Parece que le ha parido una vaca’.»
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