OLIVENZA.- FERIA DE MARZO.
Por la mañana hubo una novillada excelente de El Juli con la que cuatro chavales dieron lo mejor de sí mismos.
Salimos encantados con el arte de Posada; con el valor del pequeño Caraballo; con la descomunal proyección de un coloso en ciernes llamado Ginés Marín; y con la prestancia y el temple, el sabor y el aroma del debutante Pablo Aguado, un novillero con mensaje.
Mas por la tarde, en cambio, compareció un ser ¿humano? que les superó en entrega, en voluntad, en ambición: tiene veintisiete años (de alternativa) y decenas de miles de olivos: Enrique Ponce Martínez.
No por repetida, su lección de vergüenza torera fue menos asombrosa. Porque el toro, manso y con genio, incierto, le había amargado la tarde a su cuadrilla, y porque en las primeras seis tandas ¿o fueron siete? la batalla era cada vez más ingrata, de mucho esfuerzo y pocos beneficios.
Muy posiblemente hartito del valenciano, el toro marcó la querencia y allí también lo buscó Ponce, dispuesto a que nos cogiera la noche, si hacía falta. Y junto a las tablas le metió la muleta en los hocicos y ya no se la despegó hasta tirarlo patas arriba de una estocada.
El toro comprendió al fin que el viaje desde la dehesa tenía un objetivo, embestir, y embistió fuerte y fijo en la muleta del maestro, dueño absoluto de la situación. La faena en sí es lo de menos.
Lo grande es que Enrique Ponce, que debería estar retirado ya hace por lo menos un lustro, se entregó tanto o más que los novilleros de la mañana.
Y que se impuso a un toro que no quería coles de ninguna de las maneras. Y que le cortó las orejas cuando nadie, absolutamente nadie, daba un duro ni por el toro, ni por la faena, ni por el torero.
Le acompañó Rivera Ordóñez, que tuvo un accidentado, digno y, a la postre, feliz regreso.
Su irrelevante faena al buen toro de la reaparición acabó en sainete con la espada, pero las cosas se enderezaron con la salida del quinto, un animal extraordinario. A salir de un par de banderillas (se le ve algo grueso y lento de movimientos) cayó al suelo, y el de Victoriano del Río le tiró derrotes con una agresividad espeluznante.
Maltrecho pero indemne, Francisco sacó la racita y completó una faena seria, incluso con varios naturales muy buenos, y cuando mató el toro de una buena estocada, le dieron dos orejas yo creo que cariñosas pero a la vez bien ganadas, dadas las circunstancias.
De vacío se fue Morante, con dos toros sin la bravura necesaria para el toreo de verdad. Para el primero, por ejemplo, fue demasiado castigo un manojo de lances bellísimos, de mucho ajuste y ganando terreno hacia los medios. Lo alivió luego en el quite, precioso a pies juntos, pero volvió a hundirlo muleta en mano, con dos tandas de redondos con el toreo arrastrado hacia detrás de la cadera, y ligando sin perder terreno para luego liberar la embestida con el de pecho.
Ahí claudicó el toro, mientras que el burraco sexto, de mala clase, ya venía pidiendo socorro desde los chiqueros. Morante apuntó el toreo, y los infieles sonrieron al ver (o enterarse) que el de la Puebla no había cortado orejas. Animalitos…
Por Álvaro Acevedo- http://www.cuadernostm.com/
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