SI NO HAY OTRO que lo mejore, el cuarto de Parladé será el toro de la feria Ocho corridas del abono cumplidas, vistos más de cincuenta toros –no todos murieron en la arena- y este Fanfarrio, cinqueño, negro listón, 605 kilos, puso el listón por las nubes. Las hechuras: el cuajo, la seriedad, la hondura.
El fondo y no solo el escaparate: prontitud, viveza, alegría, entrega, fijeza, embestidas humilladas y repetidas –más largas y ganosas por la mano derecha-, nobleza de bravo y no pajuna. Y el ritmo, que en el toro de sangre Parladé no lo es todo pero casi.
Solo que sobre ese toro, sobre Abellán que le hizo frente sin volver la cara pero con una muleta diminuta y de más apresto que vuelo, y sobre la corrida toda pesó como bíblico castigo un viento muy enredado y revoltoso. Viento que llegó a ser en el caso de ese gran cuarto más enemigo que el toro, porque Abellán estuvo más pendiente de sujetar el engaño –montado en exceso- para que no se le fuera de la mano, y de parapetarse con la muleta, que de templarse a placer con embestidas regulares y encadenadas, fiables, armónicas. El viento contra el son, que fue, por la parte del toro, creciente o rampante, a más y más, detalle que retrata la bravura.
Abellán capeó con entrega el temporal, no se escondió -ni un regate al toro-, pero en la que era ya cuarta tanda en redondo, al abrigo de las rayas y tablas del sol del 5 y el 6 –donde conviene en Madrid en tardes ventosas-, se vio de pronto desbordado y no quedó otra que recurrir al muletazo cambiado circular, recurso impropio en bravura. La apuesta por la mano izquierda se quedó en el aire o muy corta, y en ese momento, la faena, tan meritoria, pasó a ser faena discutida y castigada. Un pinchazo, una buena estocada en la suerte contraria. Silencio. Aplaudieron al toro en el arrastre. No demasiado.
Por Barquerito
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