Hay que legislarlo ya.
El mayor fraude de nuestra fiesta brava es el de afeitar a los toros. El efecto que producen las fundas en el animal es el mismo que el afeitado. En la actualidad, hasta algunas de las ganaderías emblemáticas las están poniendo.
El mayor fraude de nuestra fiesta brava es el de afeitar a los toros, maniobra con la que los animales pierden el sentido de las distancias además de padecer las consecuencias psicológicas que esto le produce. En cuanto a lo primero, al perder el sentido de las distancias el torero tiene más ventajas, puesto que el derrote del toro es menos certero. Con respecto a las consecuencias psicológicas, al percatarse el toro de su no acierto, pierde la confianza en su ataque o defensa y su fiereza no es la misma. Todo esto hace que el animal, aunque lógicamente no lo sea, se sienta inferior y su forma de combatir no sea la que sería en condiciones normales. Por eso, el afeitado es motivo sancionador según el reglamento taurino, aunque astas de toros sospechosas las vemos más veces de las que nos gustaría, sin que realmente las autoridades luchen contra ello.
Ahora, los toreros han encontrado la solución perfecta para seguir manteniendo esa ventaja sin que se pueda perseguir como fraude: las fundas.
Un afeitado encubierto en toda regla. Por ajustada que esté la funda a la punta del pitón, lo alarga unos centímetros, lo cual hace que el toro se acostumbre a tener sus cuernos con más longitud. Convive con ellas en el campo, se pelea con sus hermanos en la dehesa, etc. En definitiva, hace vida con ellas, y cuando se le retiran el efecto que produce en el animal es el mismo que el afeitado. Es decir, se le resta la longitud de la funda y el toro pierde el sentido de las distancias. Insisto en las consecuencias psicológicas porque algunos del mundillo les llaman el "afeitado psicológico". Por eso muchos de los toreros eligen ganaderías de las que enfundan e, incluso, los que pueden exigir ponen como condición que se enfunden las corridas. Los ganaderos acceden, sobre todo ciertas ganaderías. Aunque en la actualidad, hasta algunas de las emblemáticas las están poniendo.
Los ganaderos que llevan a cabo la práctica, se apoyan en que lo hacen porque así protegen las astas de sus toros y en caso de peleas no se cornéan gravemente entre ellos, evitando bajas. También les sirve para que los pitones de sus toros no se deterioran cuando se rascan con los árboles o con el suelo. Se entiende la postura del ganadero, que no quiere causar baja de ningún toro, pero la postura del aficionado debe ser la de exigir un toro íntegro al 100 %, e indiscutiblemente, en este sentido todo buen aficionado sabe que no hay beneficios posibles ante los efectos negativos que las fundas causan.
Para ponerlas y quitarlas hay que introducir al toro en el mueco, produciéndose más "manoseo" del que ya tienen con los saneamientos y otras labores necesarias en el campo. Un paso más en contra de su naturaleza, que con tantas manipulaciones se va a parecer más a un animal de granja que a lo que nos da a entender el término “bravo”. En la ganadería de Cuadri, para que tomen un ejemplo de ganadero serio y de ganadería con autenticidad, el manejo de los toros es mínimo.
Por supuesto, a los toros de Cuadri no se les ponen fundas. Para la vacunación, Don Fernando Cuadri espera con paciencia a que sus vaqueros hagan pasar a las reses por debajo de un árbol determinado, para inyectar desde arriba y con una garrocha la vacuna en cuestión. Incluso, personas que van fotografiar a los toros de la camada, normalmente ni siquiera entran en los cercados, lo hacen desde las murallas de piedra que divide a los animales por lotes. ¿No se parece esto más a una ganadería de toros bravos? La respuesta se deduce aplicando el sentido común.
No hay ganaderías, hay ganaderos. Una ganadería con la misma procedencia que otra, puede ser completamente diferente no sólo por los criterios de selección del ganadero, sino también en función de la alimentación y el manejo de los animales. Y cuanto menos se les moleste, mejor.
Se comienza a extender y a "perfeccionar" el uso de las fundas hace unos 10 años aproximadamente, pero en la década de los 60, ya en Andalucía se utilizaban unas planchas finas de plomo que se moldeaban alrededor del pitón. Método este último que protegía contra el rascado en el suelo y en los árboles, pero que dañaba las puntas si los toros se peleaban.
Más tarde, en los 80 se cambió el plomo por el aluminio y las láminas pasaron a ser de capuchones que se pegaban con pegamento. Resultó un cambio frágil porque no aguantaban puestas mucho tiempo. En los 90, se introdujo el PVC, pero tampoco convenció. Y más recientemente, se utilizó la escayola.
En la actualidad están mucho más extendidas y sólo un porcentaje de entre el 24 y el 16 % de los toros que se lidian en plazas de 1º y 2ª categoría no han sido enfundados. Un método frecuente es el de la venda de resina. Se trata de una venda de poliéster impregnada en una resina de poliuretano que se endurece con agua, quedando una funda muy rígida. Otro método aún más común es el de la fibra de vidrio, con un cartucho de caza en el pitón para permitirle a éste que respire y no se ablande tanto, como está comprobado que venía ocurriendo años atrás.
Pero el pequeño orificio del cartucho por el que se supone que tiene que transpirar el pitón del toro, evidentemente quedará tapado con la tierra de la dehesa en cuanto el toro rasque mínimamente en el suelo. De hecho, los pitones que han sido enfundados siguen siendo más blandos.
Una vez el toro tiene la fundas puestas, indudablemente se siente raro, percibe que ha perdido manejo en sus defensas y su confianza disminuye. Tampoco hay que olvidar que el toro bravo es un animal con una memoria importante, de ahí que cuando se le torea ya no puede volver a ser toreado porque lo que ha aprendido no lo olvida en años. Su paso por la manga y el mueco, inmovilizado, sujetado su cuello por una especie de guillotina y con los ojos tapados, no le resulta positivo.
Hay que velar por la autenticidad del espectáculo y de su elemento principal: el toro bravo. En el momento en el que al toro se le merman sus facultades, no hay verdad en el ruedo y se está engañando al aficionado. Por todo ello, y ahora que está generalizado, pienso que es necesario legislar contra las fundas. Otra cosa es que se consiga. Difícil.
Se comienza a extender y a "perfeccionar" el uso de las fundas hace unos 10 años aproximadamente, pero en la década de los 60, ya en Andalucía se utilizaban unas planchas finas de plomo que se moldeaban alrededor del pitón. Método este último que protegía contra el rascado en el suelo y en los árboles, pero que dañaba las puntas si los toros se peleaban.
Más tarde, en los 80 se cambió el plomo por el aluminio y las láminas pasaron a ser de capuchones que se pegaban con pegamento. Resultó un cambio frágil porque no aguantaban puestas mucho tiempo. En los 90, se introdujo el PVC, pero tampoco convenció. Y más recientemente, se utilizó la escayola.
En la actualidad están mucho más extendidas y sólo un porcentaje de entre el 24 y el 16 % de los toros que se lidian en plazas de 1º y 2ª categoría no han sido enfundados. Un método frecuente es el de la venda de resina. Se trata de una venda de poliéster impregnada en una resina de poliuretano que se endurece con agua, quedando una funda muy rígida. Otro método aún más común es el de la fibra de vidrio, con un cartucho de caza en el pitón para permitirle a éste que respire y no se ablande tanto, como está comprobado que venía ocurriendo años atrás.
Pero el pequeño orificio del cartucho por el que se supone que tiene que transpirar el pitón del toro, evidentemente quedará tapado con la tierra de la dehesa en cuanto el toro rasque mínimamente en el suelo. De hecho, los pitones que han sido enfundados siguen siendo más blandos.
Una vez el toro tiene la fundas puestas, indudablemente se siente raro, percibe que ha perdido manejo en sus defensas y su confianza disminuye. Tampoco hay que olvidar que el toro bravo es un animal con una memoria importante, de ahí que cuando se le torea ya no puede volver a ser toreado porque lo que ha aprendido no lo olvida en años. Su paso por la manga y el mueco, inmovilizado, sujetado su cuello por una especie de guillotina y con los ojos tapados, no le resulta positivo.
Hay que velar por la autenticidad del espectáculo y de su elemento principal: el toro bravo. En el momento en el que al toro se le merman sus facultades, no hay verdad en el ruedo y se está engañando al aficionado. Por todo ello, y ahora que está generalizado, pienso que es necesario legislar contra las fundas. Otra cosa es que se consiga. Difícil.
Por David Zamora http://www.purezayemocion.com/
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