Ganadería siempre polémica, denostada por quienes abogan por la adaptación de sangres emblemáticas e históricas a las nuevas corrientes del toro colaborador que permite “el disfrute” de su matador como defendida por quienes creen en un espectáculo con cabida para todo tipo de comportamientos del toro de lidia y con ello en la riqueza de tauromaquias según lo que precise cada animal. Y la realidad es que fueron los segundos los que se fueron con sus aspiraciones bien colmadas porque resulto una notable corrida de toros.
Prieto de la Cal ofreció una notable corrida de toros, y digo bien, toros en su pleno sentido de la expresión, nada que ver con el bicho semimoviente que va y viene teledirigido, de carril, previsible y monótono.
Toros en toda su dimensión, salvo la presencia que es propia de una plaza de tercera, pero de variada gama; unos bravos y otros más mansos, unos blandos y otros más poderosos, unos humilladores y otros con un látigo en el cuello, unos nobles y otros con muchísimo sentido. Toros para obligar a los matadores a desplegar todo su catálogo de conocimientos sobre terrenos, distancias y querencias. Toros que no regalan embestidas tontamente si no es cambio de generosa entrega y pulso medido. Toros que obligan a las cuadrillas a lidias precisas y exactas para que desarrollar todas sus virtudes y limar sus asperezas. Toros que no conceden al público el gusto de despenar kilos y kilos de pipas. Ni siquiera de parpadear más de la cuenta. Toros que salían por toriles queriéndose comer al mundo, que remataban con toda su alma contra los burladeros sin que les asomara una mínima astilla (bendita naturaleza y malditas escayolas) y morían con la boca cerrada. Toros que imponían la ley de los quince muletazos y la estocada, en las antípodas del toro que permite pegarse cien pases sin enterarse de la película y de las faenas inacabables que sólo conllevan el sopor más absoluto. Toros como lo fueron toda la vida de Dios: imprevisibles, problemáticos e indómitos.
.“Rompedor” marcado con el número 20 y berrendo en colorado de pelo, de muy buena lámina. Cantó pronto buenas virtudes en el capote donde se desplazó más humillado que cualquiera de sus hermanos y se arrancó por dos veces con prontitud al caballo desde la distancia generosa en la que lo colocó Castaño para pelear sin excesivo poder pero sí con fijeza en el peto, la cara colocada bajo del estribo y tratando de vencer al penco con los riñones. Vio claro Castaño las virtudes del animal y se la puso pronto y en la mano, dándole metros para que luciera su galope. Primero algo más en línea, sin apretarlo en demasía, para ir progresivamente embarcándolo más adelante y soltándolo detrás de la cadera, mientras “Rompedor” respondía con entrega y codicia a las telas del salmantino. Faena siempre a más, sin tiempos muertos ni fisuras, bien estructurada y ligada de cabo a rabo. “Made in Castaño”. De imagen renovada para un torero últimamente en el entredicho y para una ganadería siempre cuestionada. Lo mató de una estocada corta muy tendida y un golpe de descabello y se le concedieron las dos orejas a Javier Castaño mientras que el buen “Rompedor” fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. “Rompedor”. Berrendo en colorado. De bonita estampa, bien hecho y agradable para el torero. Humilla con clase en el capote de Castaño y toma dos puyazos a cuenta de Fernando Sánchez, donde se emplea fijo con la cara colocada. Galopa de largo, embiste con buen tranco, humillando y hasta el final, pidiendo siempre la muleta colocada por abajo y, además, con gran fondo. Es premiado con la vuelta al ruedo.
Muy buen espectáculo el brindado por Rafaelillo, Javier Castaño y los garlopos de Prieto de la Cal en Hellín, variado como en botica y siempre manteniendo el interés. ¡Vivan las tardes de Toros que no se ciñen a un guión preestablecido!
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