POR SANTI ORTIZ
"... Sé que les debo algo, que les debemos algo, que tanto sacrificio y tanta muerte y tanto dolor no puede traducirse en la sonrisa cínica de Juan Rosell, en los jugosos dividendos de la Banca, en la evasión de capitales de los explotadores, en el terrible rosario de desahucios, en la prensa doméstica y comprada, en la degeneración más absoluta de lo que un día llamaron Democracia..."
Se nos llenó la boca con la palabra “pueblo”, como de pueblo las calles y ciudades de España. Nunca como ese día ecuatorial de abril tomó en la paz el pueblo tanto protagonismo. Los nombres propios, los próceres insignes, la individualidad superlativa de los grandes hombres del partido republicano, quedaron eclipsados por el torrente desbordado del pueblo. Pueblo de luz. Pueblo de risas. Pueblo de canciones. Pueblo de sudor, esfuerzo y esperanza. Pueblo con ojos preñados de futuro. Pueblo español, generoso y altivo; orgulloso de mostrar al viento de la patria el rostro de su hija: la Segunda República Española.
Lo echó la República; una República venida al mundo como jamás otra: de la voluntad que el pueblo depositó en las urnas para que germinara en ella una España mejor. República limpia, pura y honrada, fruto del anhelo del pueblo. Tan limpia, tan pura y tan honrada, que los que habían mamado hasta entonces de la teta de España, los que habían transformado el sudor de sus trabajadores en pingües beneficios, las orondas sotanas, las guerreras corruptas, no podían consentir su noble triunfo.
Pueblo de sudor, esfuerzo y esperanza. Pueblo con ojos preñados de futuro. Pueblo español, generoso y altivo; orgulloso de mostrar al viento de la patria el rostro de su hija: la Segunda República Española
Tampoco la Europa hipócrita que le tocó vivir, tan parecida a ésta de hoy que utiliza el látigo financiero desde Berlín y Bruselas para poner de rodillas cualquier intento de democracia y liberación –como ocurre con Grecia–, iba a permitir que aquel proyecto, aquel espíritu de 1931, traicionado después por Lerroux y sus secuaces, fustigado desde los púlpitos, desde los cuarteles, desde los cortijos, los casinos y las casas de putas donde los señoritos brindaban con champán de intriga y subversión, volviera a retoñar radicalizado de Frente Popular para ganar la batalla del pueblo y de la democracia. Con un ojo temeroso puesto en la Alemania nazi y en la Italia fascista y el otro en el codicioso ombligo de su burguesía, la Europa de Blum y Baldwin estranguló la posibilidad de ganar la guerra. Todo esto quedó aún más claro cuando, al término de la Segunda Guerra Mundial, los “aliados” no movieron un tanque para echar a Franco del poder y devolverle su sitio legítimo a aquella República que cada 14 de abril vengo rememorando; aquella República que trajo el pueblo y que, al traerla, como hija suya que era, juró defender con su sangre y su vida. Mucha vertió de una y pagó de la otra, sacrificio ejemplar para admiración del mundo y vergüenza de quienes, como sumisos corderos, hoy se dejan robar los últimos derechos sin el mínimo gesto de protesta, lucha o rebeldía.
Aquel pueblo de bravos, hoy de bueyes–que se salve el que pueda–, merece mucho más que una simple memoria. Paso revista a las amarillentas fotografías de los cuerpos inmóviles, llenos de juventud que allí quedaron, boca al sol, oído en tierra, con los ojos clavados en la pavorosa negritud de la nada, y me asalta un sentimiento nebuloso de culpa. Sé que les debo algo, que les debemos algo, que tanto sacrificio y tanta muerte y tanto dolor no puede traducirse en la sonrisa cínica de Juan Rosell, en los jugosos dividendos de la Banca, en la evasión de capitales de los explotadores, en el terrible rosario de desahucios, en la prensa doméstica y comprada, en la degeneración más absoluta de lo que un día llamaron Democracia, en confundir libertad y botellonas o en poner más pasión progresista en defender a un toro, un perro o un gorila, antes que a un semejante que se juega la vida en una valla tratando de acceder a lo que él cree (en muchos casos, equivocadamente) que es un mundo mejor.
El tiempo sigue dándole la razón a George Orwell, y no sólo por su profética obra 1984, sino por esta frase que pronunció sobre nuestra Guerra Civil, donde luchó al lado de la República, alistado en las fuerzas del P.O.U.M.: “La guerra española es un espantoso desastre, aun sin considerar la matanza y el sufrimiento físico.” Llevaba toda la razón. De aquella pérdida irreparable y las traiciones mediantes que vinieron después, llegamos a este desastre actual que nos devuelve a la España caciquil del siglo XIX por mucho que los chupaboñigas pretendan vestirla de moderna.
Hoy, sin embargo, es 14 de abril.
Día de celebración y de alegría como en aquel lejano 1931.
Alcemos nuestra copa –si es de vino, mejor– y brindemos por los que lucharon, por los que cayeron y, sobre todo, por los que soñaron.
A ver si se nos pega algo.
http://dueloliterae.blogspot.com.es/
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