La ausencia de relevos y la cortedad de miras de la mayoría de las empresas tienen empatanado el escalafón.
No se entiende que haya toreros desilusionados y desilusionantes que siguen sumando corridas mientras hay auténticas novedades que, como Penélope, se pudren en el andén.
Ya hablaremos de ello. Ahora hay que retomar el hilo de esa previsible vuelta a una normalidad que no es tal. El acoso antitaurino, los estragos de la crisis económica y la desercción de algunos públicos son amenazas que empresas y matadores -los ganaderos bastante tienen con pagar el pienso- no están sabiendo afrontar.
Han preferido darse de palos en vez de hacer frente común.
El caso es que con la temporada vencida, la plaza de Sevilla vuelve a dibujarse nítidamente en el horizonte. Nadie quiere decir nada pero ya se trabaja con cautela para recomponer los platos rotos. Manzanares no volverá a apuntarse a bombardeos que no le van; El Juli ha devuelto la armadura y la bacina al desván; Talavante no puede permitirse ciertos lujos que lo pueden dejar como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando…
El caso es que el riojano Diego Urdiales parece haberse escapado de ese dudoso limbo y está dispuesto a montar su calidad sobre otra disposición. Ya lo demostró triunfando en el patio de su casa -hablamos de la reciente feria de Logroño- pero sobre todo convenciendo a la cátedra madrileña con un toreo clásico y natural que debería abrirle nuevas puertas que -ojo- también estaría obligado a aprovechar para no volver a la calle Melancolía.
El ciclo madrileño también permitió tomar aire al diestro catalán Serafín Marín y fue el escenario de una seria, maciza y sorda demostración de responsabilidad torera por parte de Miguel Abellán, que se echó a la espalda todas las dificultades del deslucido encierro de Puerto de San Lorenzo que despachó en solitario.
El Otoño del Foro y el comienzo de la feria de El Pilar -que este año llega con otras vibraciones- se han solapado.
Ya hablaremos del serial maño si hay argumentos para ello. Mientras tanto, la mayor parte de la torería pliega capotes y muletas y mete los vestidos en agua en espera del cierre testimonial de la temporada en el traqueteante coso de Jaén, que acogerá dos corridas de circunstancias que incluyen un estrafalario mano a mano entre Talavante -¡qué verde era mi valle!- y El Fandi.
Pero en este recorrido por la nómina de replicantes hay dos incógnitas. No sabemos, ni remotamente, que andará pasando por la cabeza de Morante de la Puebla aunque sí conocemos al dedillo algunas de las sorprendentes exigencias que hizo llegar a la empresa para fumar la pipa de la paz. Tampoco podemos aventurar la actitud que tomará Miguel Ángel Perera, campeón de la temporada, hombre de fuertes convicciones y de una sola palabra.
Pero la flexibilización de posturas, a un lado y otro de la mesa, son urgentes y necesarias para reconducir la situación. La resolución del conflicto sevillano será el primer paso para aventar el aire viciado que se respira pero, sobre todo, para salvar la delicada situación que atraviesa el escenario más lujoso del toreo.
Ya saben que las piedras rebotaron en las cabezas que las lanzaron y a nadie le interesa repetir el desastre.
Nos vamos: el sábado toca pinzoniana y el domingo, cierre de temporada en Sevilla.
Lama de Góngora pone todas las fichas en el mismo casillero. Suerte.
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