Es cierto que falta gente en las plazas, que las figuras permanecen expuestas al interés público demasiadas temporadas, lo que nunca sucedió y acaban gastando su atractivo; que hay una competencia tremenda y desequilibrada en medios a la hora de captar el tiempo libre de los posibles espectadores por parte de la tele, fútbol, deportes en general, el teatro… que tampoco se había conocido nunca; que la administración nos castiga; que los políticos se aprovechan, que hay taurinos que ya, ya… factores, todos ellos, que conocemos y que seguramente nos sentimos con fuerza e imaginación para reconducir pero… ahí me duele, si todo ello se produce en una sociedad que ante un peligro de catástrofe nacional, con miles de vidas en peligro, ante una epidemia de consecuencias incalculables que nos podría situar a nivel de lo que sucedía en la Edad Media…
Si en ese panorama hay gentes capaces de manifestarse, vociferar cargadas de ira bajo la bandera del pacifismo, amenazar de muerte a los gestores que ordenaron el sacrificio de un perro, cuya influencia en el desarrollo de la epidemia no está claro que sea inocua, si hay medios de comunicación capaces de darles cobertura sin levantar la voz ante semejante despropósito, empieza a ser una situación de muy difícil gobierno, una ola que desborda lo conocido. ¡La que nos espera en las puertas de las plazas! Preocupante.
En Francia hicieron algo parecido y funciona. Al menos que se lo piensen. Ahora insultarnos es demasiado fácil, demasiado barato.
Por José Luis Benlloch
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