Aportaciones Histórico Taurinas mexicanas
En los últimos días, mientras este México se despierta día a día en medio de las más descarnadas tragedias: Ayotzinapa, ausencia de derechos humanos, autoridades o policías estatales o municipales coludidas con el narcotráfico, asaltos, asesinatos… es decir un México que se nos desmorona a pedazos, salen a escena –como tienen que hacerlo siempre en estos casos y en los momentos más inoportunos-, ciertos políticos que en aras de defender una causa, tornan su presencia y su palabra en patética circunstancia de común acuerdo con la realidad.
Pues bien, no conforme con esto, al menos dos actores políticos, Gabriela Cuevas y Jorge Emilio González Martínez, representantes del Partido de Acción Nacional y del partido Verde Ecologista de México respectivamente, saltan a la palestra para anunciar que hoy, 7 de octubre presentarán ante el senado de la república una iniciativa para crear una “Ley General de Trato Digno y Respetuoso de los Animales”.
Lamentablemente estos dos mexicanos desconocen que el andamiaje de la cultura mexicana a lo largo de los siglos, es el resultado de una compleja asimilación que comprende la práctica, la herencia de ciertos rituales que, como el taurino ha tomado casi quinientos años para ser lo que es hoy.
Y me refiero en concreto a ese empeño que tienen tanto Cuevas como González Martínez, quienes en su momento nos han demostrado no tener el perfil apropiado para tamaña estatura en tanto representantes populares.
La procedencia política de una y de otro tendría que ver ya no tanto con el espíritu que emana de sus postulados, sino de esa terca insistencia de encarar propósitos que no se corresponden con las muchas tareas que tendrían que ver con la mejora de las condiciones para un México mejor.
En efecto, uno coincidiría con ellos en términos de la inestable situación que enfrentan diversas razas animales que ya no solo están bajo el predominio de la domesticación, sino que en muchas ocasiones el trato que se les da, alcanza niveles indescriptibles. Precisamente es en términos de una cultura popular metida en la entraña de un pueblo a donde quieren llegar y aplicar sus intenciones hasta el punto de que han conseguido impedir el uso de los animales en los circos, y ahora lo pretenden con los toros, pues ambos son espectáculos en el que (los animales) son “inducidos a realizar actos fuera de su comportamiento natural”.
En ese mismo sentido, las corridas de toros se han integrado como parte de un ritual de largo alcance temporal, cuyo tránsito milenario nos deja entender que su cultivo, involucra a buen número culturas, tanto de oriente como de occidente y en nuestros días, todos sus involucrados intentan conservar su esencia lo más intacta que sea posible, significando para ello adecuar su representación a los tiempos que corren. Es cierto, allí se realiza algo que consideramos como una auténtica ceremonia en la cual, el toro se convierte en el elemento de sacrificio y muerte, respetando hasta donde es posible la razón originaria que dio paso a su representación.
Todo aquel que se considere aficionado a los toros debe saber que, para hacer una defensa legítima de un espectáculo cada vez más cuestionado, es preciso conocer que su permanencia se debe a una serie de procesos cuya integración puede sumar varios milenios. Sociedades primitivas vincularon los ciclos agrícolas concibiendo figuras idealizadas a las que comenzaron a rendir culto.

Es así, que en ese largo proceso además de que el hombre ya convivía con animales y los domesticaba, así también surgieron expresiones que, al cabo de los siglos y de sus necesarias adecuaciones, el toreo encontró espacios de desarrollo sin dejar de incluir aquel elemento originario el que, en su nueva manifestación de rito y fiesta siguió su camino.

Finalmente, como aduce González Martínez, el hecho de contar con estadísticas no confiere a sus intenciones la demostración cabal de lo que ello represente, si para ello está de por medio un legado cultural, inmaterial también que no puede exterminarse bajo esa pretendida sentencia.
José Francisco Coello Ugalde.
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