(COLPISA, Barquerito)
El tercer juampedro se encontró a Talavante dispuesto y arrancado en el recibo. De pie, de rodillas, en paralelo a las tablas, de dentro afuera, de fuera adentro. Siempre firme y vertical, más sueltos que acoplados los brazos en los lances de mano baja. Un galleo singular, un derribo del toro en el primer puyazo –derribo de verdad de la buena- y celo de bravo en la segunda vara. Había, por tanto, toro. Rechonchito, con su estampa de peluche, como aquellos santos y dulces juampedros de hace una década. El toro de peluche, sí, pero al ataque y con ganas, con ritmo seguro, repetidor, largos viajes, ni un solo renuncio. Cualesquiera que fueran las distancias o los terrenos. Y, naturalmente, la embestida humillada.
El toro que precisaba Talavante tras casi un mes de paro porque una lesión de tendones en la mano no se cura de repente. Y al cabo de una temporada en que el trust taurino le puso la proa y lo dejó fuera de ferias y plazas donde tendría que haber estado por derecho. Plato frío esta venganza, que no fue en realidad tal. Sino que Talavante soltó amarras como en sus grandes faenas. Esta arrancó con un gesto de compromiso: en el platillo plantado Alejandro, recogida la muleta en la zurda antes de blandirla en casi un cartucho de pescado para templar lo indecible un viaje de vértigo del toro, que se vino a galope tendido desde un burladero. ¡Ole!
Cuatro naturales más ligados y ajustados, y el cambiado de remate a pies juntos. Y al momento dos tandas más, con la misma mano, pero distintas de la primera y diferentes entre sí. En una de ellas, dos ayudados cambiados a dos manos y a media altura de verdad originales. Una rara tanda de dos molinetes de entrada –el molinete de ida y vuelta, a pies juntos y giro vertical-, dos en redondo y otro molinete de salida. Todo en el mismo platillo. Antes de cerrar la tienda, una en redondo en la que vino intercalada una arrucina temeraria y, ligado con ella, un último molinete, que llenó de color una faena tan seria de fondo. Soltando el engaño, una estocada. Y un descabello. Dos orejas. Pura pasión.
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