TOREO DE CULTO
Diego Urdiales sueña con el toreo eterno; el puro, el añejo...
Diego Urdiales lo sueña y lo ha ido macerando en sí mismo, sin prisa pero sin pausa, desde el instante mismo en que quiso ser torero hasta hoy en día, en el que ese toreo tan eterno, tan puro y tan añejo ha rebosado de torería para derramarse en el mejor lugar posible, la plaza más importante del mundo, Las Ventas y ante casi 24.000 espectadores que lo paladearon en vivo. Urdiales sueña con el toreo eterno, puro y añejo... pero a veces los sueños se convierten en realidad y ayer en Madrid, en el epílogo de la Feria de Otoño y ante un toro de Adolfo Martín, Diego Urdiales hizo brotar esos naturales de seda, cadenciosos y lentos como una agonía, con la figura compuesta y siempre encajado de riñones para acompasar con la cintura la embestida del cárdeno cornipaso de "Adolfo" que le quemaban desde hacía tanto tiempo en sus entrañas.
La plaza rugía al unísono con el toreo de Urdiales y callaba litúrgicamente cada vez que el torero de Arnedo se alejaba de la cara del toro con ese porte, esa despaciosidad y esa torería contenida que solo se consiguen habiendo bebió durante años de las fuentes más puras y cristalinas del toreo. La faena tuvo fases de esplendor y empaque por el pitón derecho por el que comenzó el trasteo desengañando poco a poco al cárdeno "Albaserrada" y de virtuosismo y culto por el izquierdo con tres series de naturales rotundos, perfecta la colocación y aflorando el sentimiento. Le faltó un punto de entrega al de Adolfo para que la obra hubiese sido perfecta. La estocada hasta la bola hizo rodar al toro y Diego Urdiales conseguía así el primer trofeo del Otoño venteño.
Su segundo toro, un bonito ejemplar de Adolfo Martín, se lastimó los cuartos traseros al salir del primer capotazo de Urdiales y en su lugar salió un sobrero de "Puerto de San Lorenzo" que manseó en todos los tercios y al que Diego Urdiales no pudo instrumentarle ni siquiera una serie. Lo intentó en todos los terrenos pero el animal huía una y otra vez de la muleta del riojano, que no tuvo otro remedio que cuadrarlo y dejarle otra estocada hasta los gavilanes. Madrid le ovacionó con fuerza obligando al torero a salir a saludar al tercio.
Diego Urdiales abandonaba a eso de las ocho de la tarde la plaza de toros de La Ventas, feliz y satisfecho porque nuevamente había sido capaz de desnudar su alma ante el mundo entero para mostrar la pureza de su toreo eterno y la torería añeja que ha ido forjando su corazón invulnerable.
http://www.diegourdiales.com/
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