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martes, 9 de febrero de 2016

El órdago de Roca Rey para la campaña de 2016

Dará la cara desde marzo hasta octubre

En términos museísticos, es como órdago a la grande, a la chica, a los pares y al juego, si se pudiera hacer todo a la vez.
 Y los jugadores de esta partida, además, no van de farol. Aunque sea un torero tan nuevo, así han planteado la campaña para 2016 Andrés Roca Rey y sus apoderados José A. Campuzano y Ramón Valencia: en su plan figura que darán la cara desde Castellón hasta Zaragoza.
 Como la ganen, se coronan por todo lo alto; si las cosas no salen bien, deberán esperar a una segunda oportunidad, que en el toreo nunca se sabe cuando llega. 
Algunos dicen que asumen mucho riesgos; pero si hicieran lo contrario, tampoco faltarían las críticas. Así es el mundo del toro.


Puede tomarse como unas las contradicciones más  propias del mundo del toro. Y es que la ecuación del riesgo y del éxito se encuentra en el núcleo duro de la Fiesta. Después de una amplia campaña americana, de la mano complementaria de Casa de Toreros, José Antonio Campuzano y Ramón Valencia le han  preparado al novísimo Roca Rey una campaña para 2016 en la que deberá dar la cara en todas las plazas relevantes. Y además, viéndose comparándose con todas las figuras en carteles con mucho compromiso Un plato fuerte de digerir por quien, al fin y al cabo, accedió a la alternativa hace escasamente seis meses.
No cabe olvidarse que el torero peruano tiene por todo bagaje 38 novilladas picadas y una veintena de festejos mayores, casi todos con el toro americano. Con tan reducido antecedente verse anunciado hasta tres tardes en Sevilla –dos en Abril y una en San Miguel--, acartelado con los Ponce, El Juli, Morante…, nunca dejará de ser una apuesta fuerte. Y todo ello, cuando por delante le programan un mano a mano en Valencia con Alejandro Talavante y otro con López Simón en Castellón, con el aperitivo de verse incluido en la feria de Olivenza.
Tras Sevilla vendrán Madrid, que es plaza decisoria, y el resto de las plazas de compromiso: Pamplona, Bilbao, Nimes, Zaragoza… Una campaña, en suma, con pocas ocasiones de respiros. Es de suponer que Campuzano y Valencia habrán medido bien las fuerzas de su torero para tantas exigencias, que cuando se va en plan de figura además se acrecientan.
Y todo coincidiendo en la puerta de cuadrillas con quienes hoy mandan en el escalafón. Cuando a los toreros nuevos se les oye decir cuánto impresiona les impresiona a la hora del paseíllo verse entre dos figuras, no es hablar por hablar, ni utilizan una sola palabra en sentido figurado. No hay que remontarse a lo que fue más que una anécdota, cuando hace un siglo Joselito buscó la competencia directa con Camará, porque --ausente todavía Belmonte-- era el torero nuevo que estaba en alza. Nadie en los Anales de la Fiesta se ha dejado pisar el terreno que creía ya conquistado, porque al final este oficio no deja de ser de “o yo, o tú”. Y eso se nota cuando se está liado en el capote de paseo y suenan los clarines.
No hacen falta ejemplos concretos del taurineo, que tantas veces nos hemos contados los unos a los otros en los aburridos inviernos taurinos. La realidad es que si una apuesta tan fuerte sale bien, Roca Rey se encarama como primera figura. 
La otra cara de la moneda es menos halagüeña: como no haya suerte en esas tardes, el globo de la ascensión a los cielos comenzará a desinflarse. Es el gran riesgo que se asume cuando se plantea la primera temporada de matador de toros bajo semejantes criterios, cuando en el toreo no existe eso que se llama “tierra de nadie”; lo único que cabe elegir radica en la velocidad que se imprime a la carrera hacia la meta.
Sin embargo, en la actualidad ese asumir riesgos al límite viene impuesto casi desde los comienzos. Cuántas veces hemos hablado de un novillero prometedor que no tiene otra salida que acudir precipitada y tempranamente, sin el oficio necesario, a compromisos muy serios. O da un golpe de mano, como los que Roca Rey prodigó en la pasada campaña, o se quedan en el paro. Esa frase tan taurina de “hay que esperarlo”, para bien y para mal ya la han dejado vacía de todo contenido; aquello de que había que comprender el bache propio de un torero nuevo, ha perdido su lugar.
Pero no puede extrañar que algunas gentes del toro entiendan que con esta política se puede quemar demasiado pronto a un torero que tiene acreditado un fondo de calidad. Sin embargo, si a Roca Rey se le llevara más al resguardo de los riesgos, las mismas gentes dirían que entre algodones no se puede pretender ser un mandamás en el toreo. Como en toda profesión acostumbrada a que el éxito se juega al “si” y al “no”, sin intermedios grises.
Si miramos a la historia, tampoco Roca Rey será el primer aspirante que recorre este camino. El Niño de la Capea tomó la alternativa en junio y en agosto volvió a Bilbao para matar la corrida de Pablo Romero. Lo llevaba la empresa de la plaza y, además, triunfó. Pero si nos remontamos hacia atrás, acabaríamos comprobando como la gran figura siempre estuvo a la espera del que destaca para buscarlo en los carteles.
Pero también es cierto que en la historia contemporáneo del toreo encontramos casos de toreros mucho más mimados en sus comienzo, que no por ello dejaron de alcanzar posiciones de privilegio. Son dos formas de entender la apuesta que uno hace.
Pero entre lo uno y lo otro, resulta mucho más auténtico ese dar la cara desde el primer día. Hace falta, sin duda, que el torero tenga capacidad para asimilar tantos envites, que progrese de forma continuada en su oficio y que su forma física --la moral, también-- esté a la altura que exigen tales riesgos. Y que dentro de esa cuesta arriba no le coloquen obstáculos insalvables, que los taurinos son muy sagaces a la hora de frenar a alguien, no vaya a ser que se dispare hacia arriba  lejos de su control. Ahí es donde hay que buscar la inteligencia de los mentores del torero.
En otras circunstancias y con otras historias a sus espaldas, si Roca Rey gana con bien todas estas batallas que le esperan, se habrá convertido en auténtico heredero del trono que en su día ocuparon los dos cesares americanos: Girón y Rincón. A un lado y otro del océano Atlántico, a la Fiesta le vendría muy bien. Pero esa bienaventuranza no permite olvidar que todos los órdagos se ganan o se pierden; en el toreo no hay empates, ni nadie juega de farol.

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