Al final, la estadística dice que triunfó Joselito Adame, la figura local en estos momentos; le hemos visto mucho mejor en plazas españolas. José Tomás tuvo momentos de los suyos, pero también pasajes grises, diríase de cárdenos como el pelaje de las reses de hoy.
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Ciudad de México. 31 de enero. Decimo quinta de la Temporada Grande. Lleno de no hay billetes, con 45.000 espectadores. Tres toros de Los Encinos (1º, 4º y 6º), dos de Fernando de la Mora (2º y 3º) y un sobrero de Xajay (5º bis), con irregular presencia y pobre juego; el mejor, el 2º. José Tomás (de rosa palo y oro), una oreja con protestas, ovación tras aviso y pitos. Joselito Adame (de marino y oro), silencio tras un aviso, silencio y dos orejas con protestas.
La lidia comenzó con 20 minutos de retraso, por los largos prolegómenos posteriores al paseíllo. Público muy participativo, con reacciones a veces inoportunas. En las cuadrillas destacó con el capote y los palos Miguel Martín, hoy en la cuadrilla de Tomás; con un solo capotazo metió en los chiqueros al devuelto 5º.
La prensa local hablaba en estos días que estábamos ante “un acontecimiento nacional”. Implícito quedaba que se esperaba una nueva apoteosis de José Tomás. No llegó. Ganó el de Galapagar su primer reto: poner hasta los topes el impresionante coso de la avenida de Insurgentes: lleno no hasta la bandera, sino hasta el mismísimo reloj. Su otro reto, el del triunfo, quedó aplazado para otro día, que aunque hoy puedan leerse algunas tribunas mexicanas algunas lanzas, no cabe duda que llegará. José Tomás no es precisamente una ave de paso; sigue siendo el de siempre, que en esta ocasión viró hacia lo gris.
Cuando se valora la tarde con ojos españoles, resulta inevitable la referencia al toro. El ganado que desde hace varias temporadas se viene lidiando en la “México” dista mucho de lo que se denomina un “toro íntegro”, por remate, trapío, defensas y casta.
El estado de cabaña mexicana, aunque contando que históricamente siempre fue diferente al español, no está precisamente en su mejor momento. El que hoy salió por los chiqueros no rompía esa trayectoria. Pero es gemelo de los que en semanas atrás lidiaron, con mayor o fortuna, otras figuras españolas, a las que igual que en esta ocasión fueron varias las reses protestadas e incluso devueltas por las protestas del público.
Quiere ello decir que huelga todo crítica especifica a la presencia de los toros que vimos esta tarde. El conformista diría que “esto es lo que hay”; el más exigente hace tiempo que comenzó a minusvalorar los triunfos a este lado del océano, precisamente por la falta de entidad del ganado.
En cambio, su juego quedó muy lejos del toro con bravura y casta. Tuvo clase y suavidad excelentes por el pitón derecho el primero de Los Encinos que lidio Adame. Del resto, el que no resultó blandisimo --caso del 1º-- tenía tendencia a rajarse antes de mediada la faena --caso del 3º-- y el resto cabían en ese genérico del “ni fu, ni fa”, destacando por sus problemas el sobrero de Xajay, que salió como 5º.
Si nos metemos en faena y acudimos al lenguaje periodístico, el cronista tiene toda la impresión de que este ultimo domingo de enero José Tomás ha jugado en campo contrario. Ya había de días pasados algunos recelos –entre paréntesis, subliminales no fuera a ser que el de Galapagar formara un lio-- hacia el torero foráneo, en beneficio del torero local. Una reacción absolutamente lógica. Lo que resultaba menos previsible es que el clima se agriaba tanto, como luego se vio con el 5º.
Pero José Tomás dejó más que pinceladas en una tarde incompleta. Los lances con los que recibió a su primero no pudieron ser más primorosos. Y luego, después de dos feísimos revolcones, cuajo dos series con la mano izquierda colosales: no se podía torear ni más lento ni más largo. ¿Qué faltó? Que hubiera sido una faena compacta; una carencia de imposible remedio con las condiciones del toro de Los Encinos. Mató de una entera y el palco le concedió una oreja, con protestas. El gesto del madrileño fue torerísimo: sin aspavientos, recogió el trofeo, cumplimentó a la Presidencia, entregó la oreja a su banderillero y se retiré al estribo con toda naturalidad.
De gran belleza fueron los delantales con los que recibió al 4º. Sobre la mano derecha dejó luego las series de muletazos de mayor hondura y primor de toda la tarde. Era el temple, la lentitud, la profundidad. Pero al comenzar la cuarta serie, el de Fernando de la Mora se rajó irremisiblemente y ya solo quería irse a las tablas. Se demoro con los aceros, hasta recibir un aviso, y el triunfo quedó en una fuerte ovación.
Con su tercero, el complicado sobrero que hizo quinto, tiró por la calle de en medio, en una faena de aliño sin mayor brillo, entre el desagrado del respetable, que protestó de nuevo cuando lo despachó de una entera y un descabello.
Joselito Adame está hoy en figura en México. Y tenía a su favor ese papel, tan taurino de ser el torero local que se confronta con la gran figura. Por más que abriera con protestas la Puerta Grande, con su arrimón ante el que cerraba plaza, le hemos visto tardes mucho mas auténticas en España y con corridas menos bonancibles.
Pero cuando se torea siempre al hilo del pitón, llevando la embestida hacia las afuera y sin cruzarse en ningún momento, el nivel baja bastante. Como sabe lo que quiere su público, con esas series encadenadas y rápidas, metido el torero en los costillares y embarcando con el pico del engaño, la plaza tuvo momentos de vibración.
Mucho mérito tuvo, y así debe contarse, el sereno arrimón que se pegó con el que cerraba plaza. Metido siempre entre los pitones, que se le paseaban por los muslos sin que se inmutara lo mas mínimo. A encuentro dejó una entera algo contraria, que necesitó del refrendo del descabello. Con prontitud el Juez de Plaza sacó los dos pañuelos blancos, que parte del publico censuró.
Acostumbrados como estamos a que las contadas actuaciones de José Tomás se contaban por éxitos tremendos, la tarde gris de hoy puede llevar a algunos –unos de buena fe, otros de forma algo interesada, que en el mundo del toro hay de todo-- a plantear que ya se acabó la era heroica del torero de Galapagar. Más bien creo que no es así. Sigue siendo el mismo, con sus mismos valores y sus mismos criterios. Por eso la conclusión de esta experiencia mexicana lo que deja abierta es la puerta para ese otro día en el que cambien las tornas. Como ha ocurrido siempre desde que se inventó el toreo.
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