Por Santi Ortiz.
"La leyenda ha nimbado sus figuras con el halo imaginario de lo maravilloso, dislocando genialmente sus historias y recomponiéndolas luego a conveniencia de su gloria para concederles carácter de mitos.Y una vez extraídos de la historia y del tiempo con tal estatuto, será la memoria –que, como sostiene el humanista Emilio Lledó, “es una forma humana de inmortalidad”–; esa memoria colectiva y popular que habrá de encargarse de su evocación y alabanza como un ubicuo rapsoda, quien perpetúe su brillo y su odisea manteniéndolos vivos y libres de cualquier corrupción"
El testimonio de la memoria –lo apuntábamos en el artículo anterior– puede guardar fidelidad al hecho memorado, con lo cual se convierte en venero de historia, o bien adulterarlo distorsionando sus aspectos a conveniencia con lo que mete el ayer en el terreno de la leyenda. Y añadíamos que, en cualquiera de los dos supuestos, ambas contribuciones favorecían al toreo, pues, si bien la función veritativa de la memoria es esencial a la hora de dar carácter histórico a acontecimientos que ocurrieron en el orbe taurino, la representación idealizada de alguien o algo abona en la conciencia colectiva la fructífera semilla del mito.