Para remover el escalafón, también.
Pero José Tomás no es sólo es un torero diferente; es que mueve con unos parámetros personales y profesionales diferentes a todos.
Forma parte de su propio "misterio" como torero, ese concepto que tan poco se conjuga hoy en día, cuando como bien dijo aquella figura histórica: "torear es tener un misterio que contar y contarlo".
Para partidarios y para incrédulos, el de Galapagar tiene su propio "misterio".
A Luis Abril, uno de los aficionados que más de cerca conoce la personalidad del torero, hace unos días se le preguntaba en “Diario de Burgos” si no está muy sobrevalorado el mito de José Tomás. Y la respuesta fue tajante: “De ninguna manera. Él busca el sentido de su existencia... Lo habitual en el mundo del toro es que el sentido lo dé el dinero: me juego la vida por la pasta. Con José Tomás no ocurre así. Gana mucho dinero pero no torea por dinero. Su sentido de la vida --y lo he hablado mucho con él-- es torear cuando quiere y para ello se prepara con el fin de hacerlo muy bien. Quiere el máximo de excelencia cada tarde...”.
Y más adelante añadió: “El suyo es un espectáculo donde el azar juega un papel importante. En México jugaron muchos factores (los toros, sobre todo) pero logró llenar la plaza hasta el reloj [más de 41.000 espectadores sentados], algo que no había ocurrido en muchos años”.
No puede definirse mejor la personalidad inconfundible del torero de Galapagar, que se mantiene fiel a su modo de pensar, con independencia de que las modas circulen en un sentido o en otro. Y ese modo de pensar pasa, en efecto, por un concepto tan complejo --tan difícil también-- como es la excelencia como valor supremo.
Además de soler cargarlas el diablo, en el toreo está comprobado que todas las comparaciones no sé muy bien si son odiosas; lo que tengo por seguro es que conducen las más de las veces a conclusiones erróneas. Con eso de que en el arte del toreo siempre se puede buscar un antecedente histórico, todo es cuestión de remontarse incluso siglos atrás, siempre puede encontrarse un parangón posible.
Sin embargo, es rigurosamente cierto, hoy como en un ayer incluso lejano, que el concepto de la excelencia en el toreo encierra una propuesta que va mucho más allá que eso que se entiende como torear divinamente. Realizar todas las suertes con pureza y con verdad constituye, naturalmente, un elemento indispensable para alcanzar la excelencia; pero no es el único, sino que exige de otros valores.
Por lo demás, nada distinto de lo que ocurre con los grandes protagonistas de todas las Artes y en todos los tiempos. Pero lo que se hace un ruedo que viene marcado por un elemento diferenciador: el toreo nace y muere en un instante, está marcado por un profundo sentido efímero, no permite repasar éste o aquel detalle como ocurre ante un óleo o una partitura, por ejemplo.
Quizá por ese factor de lo efímero se hacen tan necesarios otros elementos sustantivos para alcanzar la excelencia.
De un lado, porque lo que nace para morir en el instante siguiente reúne papeletas para haber sido fruto de una simple casualidad; por otro, porque la excelencia reclama para sí el valor de la permanencia. En la excelencia difícilmente tiene cabida el autor del libro único, como tampoco cabe el torero que un día, vaya usted a saber en donde, bordó el toreo.
Entre esos otros valores para sostener la excelencia en el toreo figura, y cómo no, la realidad de una afición desmedida, esa que lleva de modo natural a un progresión continuada en el oficio y en el arte. Pero exige, además, de una condición extremadamente difícil: un modo de entender el toreo que va mucho más allá de las conveniencias materiales, pese a toda la legitimidad que éstas tienen.
En el fondo, ahí radica la gran verdad que definió al belmontismo: se torea con el alma, que es mucho más que un acompasado y estético movimiento de los brazos y las telas; es un permanente sentimiento profundo que, lejos de toda cuestión material, luego el torero hace realidad en unos momentos perecederos, instantáneos.
De toreros antiguos hemos leído que para ellos el toreo era su propia vida, nada tenía sentido si luego no se plasmaba con el capote y la muleta. A eso entregaba por completo su vida y hasta su continua conversación: no querían saber de otra cosa. Planteada en tales términos la excelencia resulta extremadamente difícil de alcanzar. Por eso, en la historia del toreo tan pocos lograron encaramarse hasta semejante categoría, que no entiende ni de estadísticas, ni de momentos cumbre. Supone un estadio más que todo eso.
Escribía en estos días Fernando Carrasco en las páginas, tan taurinas como son, de ABC de Sevilla que “José Tomás ha cogido a todos con el pie cambiado. Nos referimos a los empresarios y, por supuesto, a sus compañeros. Sin que nadie se diese prácticamente cuenta, el de Galapagar ha aparecido en los carteles de la Feria del Caballo de Jerez de la Frontera.
Aldabonazo de quien se ha convertido en ese oscuro objeto (taurino) del deseo y que pocos, muy pocos, pueden alcanzar, por ahora, a tener en sus plazas”. Para llegar luego a una conclusión con interrogantes: “¿Puede cambiar José Tomás el signo de la temporada taurina?”.
Con independencia de que se vista de torero tan sólo en Jerez o de que lo hago en más plazas, la realidad es que de hecho cambia el signo del año taurino. Y lo cambia, precisamente, porque es torero que busca ante todo la excelencia en su concepto más estricto.
Todo lo cual no quita para pensar que al actual momento del toreo, tan plagado de contradicciones como anda, le convenga que el torero decidiera abrir su presencia en los ruedos y compareciera en distintas ferias.
Pero ahí ya entramos en la cuestión de las estadísticas y, en el fondo, de la economía taurina. Y ambas son otro cantar. Pero si el simple anuncio de un cartel ya pone a todos a cavilar --unos más a favor que otros, como del todo lógico--, significa que ese rio lleva mucha más agua de la que parece.
Todo lo demás bien pudieran ser elementos circunstanciales, y como tales sin mayor importancia objetiva. Y así, pese a todas las especulaciones posibles, no habría que conceder valor de trascendencia que para su presencia en España haya querido volver con Salvador Boix como apoderado. Simple conveniencia a sus planes, los que sean.
Como carecería de sentido pensar que su anuncio en fecha tan temprana en Jerez guarda relación con su ultima actuación en la Monumental de la Ciudad de México, que fue lo que fue: ni tan mal como algunos pintaron, ni tan triunfal como venia siendo habitual.
Para quien busca --como dice Luis Abril-- “el máximo de excelencia cada tarde”, todos estos elementos resultan de segundo orden.
Precisamente por eso José Tomás es tan distinto a todos los demás. Luego a unos gustará más o menos su concepción del toreo, pero su verdad es innegable.
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