El cineasta valenciano utilizó el argumento taurino para narrar historias en películas como "Calabuch" y "La Vaquilla"
Por Jaime Roch
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La fiesta de los toros es un espectáculo tan único como extraño, tan apasionante como melancólico. Por eso, Luis García Berlanga, que falleció tal día como hoy hace diez años, utilizó el toreo como si fuera el último teatro de costumbres en sus películas, como un subterfugio para hacer su característico humor ácido y libertario, de espaldas al mundo, con el único objetivo de admirar las pequeñas historias.
En Calabuch (1956) -nombre ficticio con el que bautizó a Peñíscola-, Berlanga empleó el toreo para contar una parte de la vida rural, con sus tradiciones y liturgias, de este pequeño pueblo valenciano bajo la deliciosa actuación de José Luis Ozores, quien interpreta a Cocherito, un torero nómada, ambulante y casi vagabundo que transporta con él su vaquilla “Bocanegra” por los pueblos.
En ese sentido, el torero que aparece en escena no es una gran figura de la época porque solo dispone de una camioneta que arranca con una cuerda y tiene que ser empujada por la falta de batería, y no de un Buick como tenía Manolete o de un Mercedes como tiene Roca Rey, come una lata de sardinas en conserva con aceite o con tomate a pie de plaza, y no en la finca del ganadero amigo o en un hotel de cinco estrellas como hacen los toreros actuales. En esta película, Berlanga también humaniza al animal, porque la vaca se resfría cuando entra al agua después de ser toreada. “Buscar alojamiento para los dos es un problema”, asegura en un momento de la película.
Al director valenciano se le ocurrió este personaje taurino, inspirado en Cocherito de Bilbao -figura en España, Francia y América a principios de los años XX-, tras la lectura de la monumental enciclopedia de El Cossío. Tratado técnico e histórico del toreo, obra firmada por José María de Cossío en la que también colaboró el poeta Miguel Hernández. Las posibilidades plásticas del misterio taurino y su insólita singularidad narrativa también se exponen en La Vaquilla (1985), en la que con lucidez y eficacia refleja un drama social y humano como el retrato de una España convulsionada y desgarrada por el franquismo. La obra arranca con el anuncio de la fiesta de los nacionales, con el toreo de una vaquilla “del prestigioso campo salmantino” que incita a los republicanos a robar esta vaca para “hacer un guiso y elevar la moral de los soldados”. Finalmente, tras el periplo de la expedición de Alfredo Landa y José Sacristán, el animal acaba en tierra de nadie -título inicial de esta película- y al que solo le queda la muerte convertida en carroña como último simbolismo del filme.
En La Vaquilla, cuya idea nació en la propia guerra civil mientras Berlanga estuvo de soldado republicano en el frente de Teruel, también aparece el acento taurino en los diálogos con elementos abiertamente cómicos. Por ejemplo, cuando el torero republicano Limeño II -como Joselito o José Tomás- se refiere a su maestría en el descabello, a la altura de Vicente Barrera Cambra; la primera vez que este torero ve a la vaquilla en el corral y asegura que “solo se arranca cuando va a coger” porque está toreada; el torniquete que le aplican al brigada que interpreta Landa, el mismo que al “Lebrijano le salvó la vida”; y el miedo antes de la corrida de toros, “con esos retortijones, sudores fríos y escalofríos”.
Además de su universo fílmico, Luis García Berlanga fue amigo de los toreros Vicente Barrera Cambra, abuelo del actual Vicente Barrera, y Rafael Ponce “Rafaelillo”, tío abuelo de Enrique Ponce. A los 21 años vio su primera corridas de toros. Fue en València, el 24 de julio de 1942, en la llamada “Feria del capote de paseo”, porque al triunfador se le ofrecía un premio de veinticinco mil pesetas y un capote de paseo bordado en oro. Esa feria, Manolete toreó tres tardes con un resultado apoteósico: el día 23 cortó cuatro orejas y dos rabos frente a los toros de Alipio Pérez Tabernero; el 24 cortó dos orejas, dos rabos y dos patas frente a toros de Villamarta bajo la mirada de García Berlanga; y el 27 se hizo con tres orejas, un rabo y dos patas delante de ejemplares de Galache. En agradecimiento de sus triunfos, Manolete entregó un capote de paseo a la Mare de Déu dels Desamparats para que se le hiciera un manto. Ese año, el toreo de la figura cordobesa era monumental, magnífico, y el crítico taurino Demetrio Gutiérrez Alarcón comparó su forma de torear con el Edificio de Telefónica de Madrid en una época en que la arquitectura dio un vuelco como no se recordaba desde el Renacimiento. Manolete había llegado el toreo, García Berlanga al cine y el llamado Movimiento Moderno a la arquitectura, sustituto de los adornos de finales del siglo XIX y principios del XX. Porque los que triunfan en cada época lo hacen con el espíritu de su tiempo.
En definitiva, Luis García Berlanga fue un magnífico pensador, historiador, director de cine y aficionado a los toros gracias a Manolete. Buscar en la memoria y contarlo es una forma elegante de rastrear nuestra identidad. Y los toros forman parte de ella
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