Por Santi Ortiz
Otra que se sube al carro. El carro está lleno de gárrulos, ignorantes, lerdos, tiralevitas, trepas, lameculos, ineptos, necios, torpes, incultos, pelotilleros y burguesitos de mala baba –no duden en incluirse en él las féminas, que yo sigo fiel al principio de economía del lenguaje que dicta nuestra Gramática y no caeré nunca en la redundante horterada del lenguaje absurdamente llamado “inclusivo”–. Los del carro, tan diferentes entre sí, poseen sin embargo, un par de carnets que los identifican: el carnet de censor y el de servil. Esos dos lo tienen todos. No falla.
El carro se llama “Progresía” y los que en él se instalan pretenden salvar a España de su propia historia cercenando sus raíces, negando sus tradiciones, sus costumbres y hasta la ideología en la que se arrogan militar, porque la Izquierda que surgió con los movimientos obreros en el siglo XIX –¿saben los del carro lo que es un obrero?–; la que con su lucha, su sangre y su encarcelamiento, consiguió todas las conquistas –para la clase trabajadora y el pueblo en general–, que ahora los niñatos del “todo lo antiguo es malo” desprecian; esa Izquierda nada tiene que ver con la que ellos se jactan de pertenecer usurpando un término –Izquierda– que no sólo no les corresponde, sino que nos desubica a los que hemos sido de izquierdas siempre. Lo digo para que se enteren los jóvenes, que por edad no tienen la experiencia que les permita hacer comparaciones. Esta izquierda nada tiene que ver con la de Marcelino Camacho, la de Enrique Tierno Galván, la de La Pasionaria, la de José Mujica y tantos y tantos otros. De esta izquierda a la de ahora, hay la misma distancia que la que separa aquel racionalismo humanista de la irracionalidad en que el posmodernismo y los ganapanes de la política nos han instalado.
Y ahora viene la alcaldesa de Gijón y se nos sube al carro. Pega un rebencazo con su vara de mando y dice que se acabaron los toros en Gijón. Vamos, que mientras ella sea la dueña del cortijo gijonés –la jamba de la cová, que diría un gitano–, no se abre más el chiquero de la plaza de El Bibio para que salga un toro en la feria de la Virgen de Begoña. Para ello ya ha negado la prórroga por un año al actual empresario y amenaza con no volver a sacar la plaza a concurso. ¡Anda! ¡Para ovarios, los míos!, dirá ella.
¿Y qué ha ocurrido para tomar tan drástica decisión? ¿Se ha producido durante las corridas algún intolerable conflicto de orden público? ¿Se ha amotinado el personal? ¿Han querido los toreros usar sus armas toricidas en contra de algún alma de cántaro que los haya insultado?... Nada de eso. Lo que ha llevado a la fulminante censura de doña Ana González –que así se llama la interfecta– es que, en la corrida de Daniel Ruiz, que estoquearon Morante, El Juli y Daniel Luque, había dos toros cuyos nombres no podía tolerar la irracionalidad vigente. Hombre, ¿a quién se le ocurre ponerle a un toro “Feminista” con los tiempos que corren? Y a otro –madre del amor hermoso– “Nigeriano”, con lo sensible que se muestra la progresía con los que antes podíamos llamar “negros” sin ningún deje despectivo y ahora no. ¡Con el buenismo hemos topado, amigo Zúñiga!
Que los nombres de los toros procedan del de sus madres –si la vaca se llama “Morisca” o “Nigeriana”, al toro se le pondrá “Morisco” o “Nigeriano”, respectivamente–, y éstos de la reata a la que pertenezcan, con lo que el nombrecito se puede remontar a décadas, no parece importar nada a la primera cortijera de Gijón. Posiblemente, no lo sabía. Como tampoco sabe que ni se deben tomar decisiones con la sangre caliente cuando se ocupa un cargo público ni que con decisiones como ésta, si la lleva a cabo, está a puntito de meterse en el fango de la prevaricación. Además, ¿quién ha dicho que es ofensivo ponerle a un toro “Feminista” o “Nigeriano”? ¿Los inquisidores de la neocensura? Pues yo no me pienso autocensurar, y le pueden ir dando por el orto de la retambufa a todos los que se la tienen que coger con papel de fumar para intentar acabar con una Fiesta que no les gusta, pero que para sus pesadillas taurófobas ES LEGAL. Es más, léase, señora alcaldesa, la Ley 18/2013, que regula la fiesta de los toros como Patrimonio Cultural; una ley que le obliga a usted a hacer lo opuesto de lo que pretende; esto es: le ordena protegerla y fomentarla. No es cuestión de gustos, se trata de cumplir con su obligación. Recapacite un poco. Fíjese, le voy a dar un dato, que estoy seguro desconoce: en la ganadería de Alcurrucén, una de las familias de reses más famosas es la de “los músicos”. Le pusieron esta denominación porque los toros y vacas que la integran tienen por nombre “violinista”, “clarinero”, “trompetista”, “guitarrero” etc. ¿Se imagina usted a las personas que ejercen ese arte, molestas porque su oficio haya servido para “bautizar” toros? ¿Y los célebres “Malagueños”, de Adolfo Martín; acaso han molestado a los nacidos en Málaga? No, señora. Un poco de cordura. No vea enemigos donde no los hay; aunque con actuaciones como ésta le van a salir a mansalva. Y cuide la tolerancia, no la empuje, como sus correligionarios antitaurinos adonde no debe ir. Mire lo que afirmaba Dostoyevsky hace más de un siglo: “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”. A esto hemos llegado. Por cierto, usted sabe quién fue Dostoyevsky, ¿no? Le recomendaría leer una de sus obras maestras: El Idiota. Claro que, a lo peor, el título la echa para atrás temiendo verse reflejada en ella
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