Como bien se sabe, esto de los niños-toreros no es de ahora. El calificativo ya fue capitalizado por un “llaverito” cordobés que acabó llamándose Guerrita o un pardal apodado Gallito que se transformó en Joselito el Gallo. O los “niños de Bienvenida” que paseó el Papa Negro por toda América, antes de que deslumbraran a la España taurina el regordete Pepote y el sonriente Antoñito… y algunos que les sucedieron en décadas posteriores, como Enrique Ponce, precisamente en Castellón, Juan Pedro Galán, en la Maestranza de Sevilla, El Juli en la México, etcétera. De estos tres últimos, Galán se quedó en la estacada, probablemente, porque tras los erales más o menos talludos, salen después, tarde o temprano, los de los rizos en el cuello y el testuz pidiendo carnés, no de identidad, sino de idoneidad.
A mayores, cuando el torero ha pasado de la niñez a la madurez, habrá de afrontar la lidia del toro más difícil, el más volátil, el más sañudo, el más desconcertante: el público. Todo lo que antes eran beneplácitos y tolerancias se convierte en destemplanzas y pejigueras. De la benevolencia a la inclemencia, de la facundia a la inverecundia, no hay más allá de tres cuartas. Será injusto, pero es real.
Por todas estas cuestiones, creo que montarle parafernalias o performances a un niño-torero con grandes cualidades para torear, con innata disposición para manejar los trastos y resolver los problemas que pueda plantearle un novillote, no deja de ser una peligrosa precipitación. La Naturaleza no admite presiones exógenas. Todo lo que sea romper el ritmo natural de cualquier proceso va en detrimento de cualquier proyecto. El niño- torero es, simplemente, un proyecto de torero. Déjenle crecer con naturalidad. No le expongan en paseíllos feriantes sin necesidades perentorias.
Marcos Pérez puede ser –y será—un gran torero, porque cualidades tiene de sobra; pero…¡es tan difícil! ¡Hay tantos inconvenientes imprevistos! Déjenle madurar al ritmo natural que le marca la vida, sin exponerle a compañías poco recomendables o prematuras exhibiciones. No hay necesidad de ello. Déjenle gravitar en su propia órbita, con los de su edad, sin mezcolanzas con otras colectividades y gregarismos.
Cada cual, en su sitio, el que le corresponde en función de sus constantes vitales, capacidades y experiencias. No mezclemos las cosas sin orden ni concierto. En Tauromaquia, lo importante es que esas cosas pasen por su lado natural. Por algo, considerando al toreo como indudable ejercicio de expresión artística, la suerte que es calificada de superior rango se llama así: pase natural.
Se comprende que a Marco le inquiete el cosquilleo de la premura por entrar en acción cuanto antes, de sentir el calor del público, de saborear el triunfo o gestionar el fracaso. Es el bulle-bulle que espolea el vigor de la adolescencia; pero, quietos hasta ver. ¡Ya vendrá el verano!, que decía el otro
.
En Castellón, la segunda corrida de toros de la feria de la Magdalena contaba con el “aliciente” de la actuación del niño-torero Marco Pérez; una especie de guinda al pastel de la tarde de toros, un mingo de carambolas nuevas o el estrambote azucarado del poema de la corrida.
Por Fernando Fdez. Román
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