Ni nadie sobra, ni nadie resulta indispensable. A todos compete que la Tauromaquia remonte durante el año 2016 que ya tenemos en puertas. Un año muy importante, cuando está en juego la gestión de Las Ventas y cuando tiene que consolidarse el proyecto de trabajo en común que se llama la Fundación del Toro. Serán dos oportunidades de una gran trascendencia, en el acierto y en los errores.
Pero otro tanto podría decirse de la globalidad del mundo del toro: sin el concurso de todos, que eso entraña sacrificar intereses particulares, resulta inviable todo intento de encausar la Tauromaquia por unos senderos en los que han crecido las dificultades objetivas y se multiplican las tareas a desarrollar. Hay que comenzar por convencerse que esto sí tiene arreglo. Resultaría un recurso demasiado fácil, en este interregno taurino que ahora vivimos, acudir al viejo tópico de “tengamos la Fiesta en paz”. Cuando 2016 asoma en el horizonte de lo inmediato, nuestros objetivos tienen que ser mucho más ambiciosos; no vale un conformismo que tiene hasta su punto de fatalista: hay que afrontar con decisión el día a día, con la constancia que nace de las convicciones profundas y el conocimiento de que las circunstancias que nos rodean no suelen ser positivas.
Pero en ese encararse con los acontecimientos diarios, incluso cuando sean negativos, lo único que nos están vedados son los malos modos que otros utilizan. Para defender la verdad de la historia nunca hicieron falta los desplantes ni las descalificaciones.
Probablemente muchos de quienes lean estas líneas compartirán tales criterios cuando se trata de pensar en quienes quieren poner palos en las ruedas de la Tauromaquia. Pero por delante de eso en importancia hay que colocar tales principios en las relaciones internas del mundo del toro, tan propicio para banderías y discusiones internas, cuando no para la propia confrontación de intereses.
Hay un dicho muy andaluz, que como muchas de sus expresiones tiene bastante de pleonasmo. Es el caso de cuando se acude al “todo el mundo es bueno”. El viejo político diría que “sin acritud”, que semejante buenismo universal no pasa de un sueño de verano, una utopía, en este maravilloso planeta de los toros. Como en cualquier actividad humana, aquí hay de todo: bueno, malo y regular. Y eso no tiene nada de particular. Lo relevante, lo que no nos cabe en las actuales circunstancias del toreo, es el pesimismo, el derrotismo del “esto no tiene solución”.
Resulta lleno de lógica que en una actividad que nace del Arte con mayúsculas, haya gustos y opiniones para todos. De hecho, cada aficionado tiene su propia varita de medir. Y da lo mismo si lo que hay que medir sea a un empresario, a un torero o a una ganadería. La diversidad siempre acaba siendo enriquecedora, siempre que ande presidida por la concordia, que no es otra cosa que el respeto a los demás. También a los que con toda legitimidad piensan diferente a cada uno de nosotros.
Por eso las descalificaciones nos hacen tanto daño. Que un torero no me guste, no me permite afirmar que no le daba gustar a nadie que se considere aficionado. Recordemos en este punto como en su día se dijo en un tono peyorativo para Antonio Díaz-Cañabate --uno de los muy grandes escritores de toros de todos los tiempos-- que estando en los ruedos Joselito y Belmonte él era partidario de Vicente Pastor, como si tal predilección resultara ilegitima. Se trata de un buen ejemplo que de lo que suele ocurrir habitualmente con esas sentencias rotundas y redondas, que carecen de todo género de matices. Y el matiz en la vida lo es todo. También cuando Ordoñez reinaba en los ruedos, no ocultaba el crítico madrileño su particular predilección por Diego Puerta: eso no suponía ningún obstáculo para que contara y cantara los éxitos de quienes lo habían merecido cada tarde; lo que nunca hizo fue mentir a conciencia por mantener el tipo.
En nuestros días ocurre algo parecido, que en el nuevo año que nos espera bueno sería que superáramos entre todos. Vayamos a un ejemplo que puede ser clarificador. Ya asistimos a una más que cierta movilización, incluso política, en virtud de la cuál el objetivo es que la FIT no se haga con la plaza de Madrid. Personalmente no me gusta nada --y nada es eso: nada-- el oligopolio mexicano, ni por sus orientaciones taurinas, ni por sus modos de gestionar. Por formación y tradición taurina a uno le van más los modos de empresas tradicionales, como la que representan muchas., de las actuales y de las del pasado. Pero eso no permite levantarse con armas y bagajes frente a la FIT, que está en su derecho de emprender el negocio que considere más oportuno, siempre que se cumplan las leyes y las normas.
Si nos paramos a oír el tam-tam del mundillo taurino, algo no demasiado diferente ocurre con la candidatura de Simón Casas, ese empresario innovador que como para dejarlo en la cuneta algunos se refieren a él como “el francés”. Por dos veces ha estado a punto de hacerse con la gestión de Las Ventas, una posibilidad que cerraron unas condiciones mucho más que discutibles de los pliegos de adjudicación. ¿Por qué de antemano hay que pretender que a la tercera no sea la vencida?
Con estos y otros ejemplos, tratándose de la primera plaza del mundo y cuando las circunstancias políticas son las que conocemos en la Comunidad de Madrid, antes que elaborar una lista de favoritos y de proscritos, lo que corresponde es que las autoridades elaboren un pliego justo, razonable para las condiciones actuales --de la Fiesta, de la economía y de la política--, objetivable y transparente en sus procedimientos. Y a partir de ahí, que gane el que mejor servicio pueda prestar al toreo, que en este caso debiera entenderse como hecho universal.
Si este razonamiento que aquí hacemos se entiende como algo adecuado, todas las alarmas saltan cuando el máximo responsable del Centro de Asuntos Taurinos anuncia que la plaza podría adjudicarse sin necesidad de concurso público convocado de acuerdo con las normas correspondientes. Puede que esa especie de “dedazo” entre dentro de la legalidad; de lo que carece es de transparencia y de igualdad de oportunidades. Nadie dio mandato a los políticos de turno para que eligieran el empresario que les resultara más cómodo; el mandato implícito que se les dio era para que eligieran objetivamente al mejor para los aficionados madrileños y para la generalidad de la Fiesta. En estas cosas que andan a caballo entre la ley, los dineros y la oportunidad política, las ocurrencias habitualmente constituyen un camino seguro para equivocarse. Y lo de Manuel Ángel Fernández nos gustaría que fuera tan solo eso, una ocurrencia en un rato de aburrimiento, pero no un globo sonda, ni nada similar; mucho menos una decisión preestablecida.
No resulta diferente el caso de la Fundación del Toro de Lidia. Debe reconocerse que sus promotores han cometido errores, algunos de muy bulto; prefiero pensar que ha sido por las premuras de los tiempos más que por incompetencia profesional, aunque hubo momentos en los que demostraban que sabían más bien poco por donde se andaban: eran errores que no están permitidos ni alumnos de primero de Derecho. Esto explica que hoy nos encontremos con una Institución a la que se le ha dado la vuelta como a un calcetín: nada ha quedado tal como estuvo diseñado allá por el mes de julio, salvo el objetivo esencial de trabajar a favor de la Tauromaquia.
Ha fallado estrepitosamente el entramado jurídico inicial, como se ha comprobado en el cambio estatutario; se han cometido errores concatenados en la política de comunicación, con una hemeroteca que debiera abochornarles; ha resultado de lo más premioso su acercamiento a los demás sectores; han faltado unas buenas dosis de transparencia en la toma de sus decisiones, con la paradoja máxima de convocar con absoluta opacidad nada menos que dos Asamblea Generales extraordinarios de la UCTL; se han tomado decisiones sin dar cuenta de nada, cuando se trata de elementos tan importantes como la Dirección General o los asesores externos, que en este caso resultan muy relevantes…. En suma, que la afición se entere de la propia existencia de la Fundación por el Boletín Oficial del Estado no deja de ser un mayúsculo sinsentido.
Pero ese cúmulo de deficiencias de los gestores, que puede llevar a más de uno a pensar que todo ese proyecto no es más que el cortijo privado de unos pocos, no permite realizar a continuación la descalificación total del proyecto, cuando es tan necesario. En primer término, porque los gestores, como todos los que asumen responsabilidades en algo, están ahí de paso: hoy son unos como mañana serán otros. Pero, sobre todo, porque en este caso muchísimo más relevante es lo que tiene que perdurar en el tiempo: el qué se va a hacer, que el quiénes lo llevaran a la práctica es cosa transitoria. Si, con todas las dosis de comprensión que sean necesarias, dejamos de regodearnos en todos esos errores, sino que vamos a darle sus tiempos y, sobre todo, a dedicarnos a trabajar juntos de cara al futuro, es como la Institución cumplirá sus objetivos; en otro caso, volveremos a estar en la lamentable situación que se vivió con la Mesa del Toro. Y para bromas, una, aunque nos ronde el Día de los Inocentes.
Aquí se han seleccionado dos ejemplos muy llamativos por su relevancia a futuro: Las Ventas y la Fundación. Pero otro tanto de lo escrito sobre ellos habría que aplicar al día a día del toreo. Hoy, afortunadamente, nadie tiene la fuerza necesaria para imponer lo suyo como si fuera la Ley; como suele ocurrir con el Gordo de Navidad, la suerte está muy repartida. Y va por barrios.
Se habla mucho acerca de los nuevos valores, esos que se califican de emergentes. Pero se tira de los nombres que se manejan y al final todo se circunscribe a dos, manteniendo inmaculados a los seis o siente considerados indispensables. Abrir las posibilidades del toreo no es eso; por el contrario, pasa por colocar a cada cual en su lugar en función de sus méritos, no del padrinazgo que le apoye. Y eso anda muy lejos, cuando aún no hemos acabado el año y ya hay carteles cerrados.
Se repite por quienes tienen autoridad moral para hablar del tema en la necesidad de dar su espacio a todos los encastes, cuando sin embargo todo gira en torno a los mismos nombres desde que arrancó este siglo XXI. Y cuando uno se sale de esa regla, se acude invariablemente al término de “gesto”, tan devaluado como está, cuando debería constituir la simple normalidad.
Desde el empresario al aficionado se quejan de los precios de las localidades, que aunque estemos saliendo de la crisis son insoportables para muchos. Pero nadie parece dispuesto a reordenar globalmente la economía del toro; todos al final deciden que eso lo haga un “otro” genérico e innominado, como si desconocieran que las sumas y las restas son operaciones en las que deben colaborar todos para que el resultado cuadre.
Se repite por activa y por pasiva que al toro hay que devolverle su integridad, pero algo, y grave, falla, pese a los intentos de los Presidentes de subir al palco con la dignidad de tal cargo. No hay más que ver un baremo incontestable: el número ridículo --irreal de todo punto-- de análisis post mortem que se han realizado durante las pasadas temporadas.
Se sueña, en fin, con la unidad de todo el sector taurino para trabajar en común, pero nadie da el paso al frente de convertirlo en realidad. Hoy es el día que aún sigue siendo cosa de unos pocos, bastante pocos, el hecho de poner en valor lo que ha supuesto en los pasados años la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos, e incluso las propias leyes que se refieren a la Tauromaquia.
Alejemos los tópicos y vamos a dejar de repetirnos los unos a los otros las mismas cosas que se decían cuando finalizaba en el siglo XIX. Conviene tomar conciencia que vivimos en el siglo XXI, que tiene sus propias señas de identidad. Y a ellas hay que adaptarse. Dejemos, en fin, el “todo es bueno”, con la misma firmeza que aquel otro tópico de “esto no hay quien lo arregle”; volvamos a las raíces profundas de la Tauromaquia. Juntos pero no revueltos, que cada cual juega su propio papel y debe responder de su propia responsabilidad. Pero todas resultan indispensables.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario