Aprieta tanto este sujeto llamado Andrés Roca Rey, arriesga hasta un límite tan extremo, que parece como si buscara la cornada.
Pero lo hace con tanta superioridad, tan sobradísimo, que la evita justo en el último instante, a veces cuando parte del público ya ha vuelto la cara temiéndose lo peor.
Sucedió en el tercero cuando, tras ser empitonado por la pierna, logró zafarse de los cuernos del toro y el castaño le pegó un nuevo arreón buscando la presa.
Andrés lo evitó con un escalofriante pase por la espalda ante la incredulidad del personal.
Sucedió en el tercero cuando, tras ser empitonado por la pierna, logró zafarse de los cuernos del toro y el castaño le pegó un nuevo arreón buscando la presa.
Andrés lo evitó con un escalofriante pase por la espalda ante la incredulidad del personal.
Después hubo un final de faena que comenzó con manoletinas en pie y terminó con una serie de muletazos en redondo ligados a un natural y el de pecho, todo ello sin moverse y… ¡con las dos rodillas en tierra! Y mucho antes, dentro de una obra templada y limpia, se le ocurrió ejecutar una arrucina que acabó convirtiéndose en un cambio de mano circular que alcanzó el calificativo de inverosímil. Y entre sorpresa y sorpresa, un público completamente de uñas por la inicial flojera del toro, acabó puesto en pie ante este joven capaz de arrollar a todo el que se le ponga por delante.
De no precipitarse con la espada, le hubiesen dado el rabo de este noble toro de Santi Domecq, el mejor de una corrida pésimamente presentada por su escandalosa desigualdad. Al sexto, también muy protestado por flojo, lo apabulló invadiendo su terreno, y otra vez con una superioridad implacable.
Por favor, detengan a ese hombre.
A base de huevos es, hoy por hoy, casi imposible hacer frente a Roca Rey, pero Miguel Ángel Perera lo hizo. Por ejemplo su primera faena, a un toro pequeño pero de casta desbordante, fue de una importancia superior, por mucho que el público no rompiera hasta el último tramo de la misma, merced a un toreo de parón meritísimo. Antes contrastó su templanza con la fogosidad del toro, al que dominó con muletazos largos, de mucho mando, y con una seguridad soberbia frente a aquella embestida que era puro ataque. Al voluminoso quinto le hizo un quite espectacular, con chicuelinas, tafalleras y cordobinas sin mover un pie, y con la muleta hubo una primera serie en redondo enorme, con el toro empujando con muchísima clase. Su mansedumbre, sin embargo, truncó lo que parecía ir para faena grande.
Tampoco el segundo de El Juli, reservón y molesto, le dejó brillar, pero al que abrió plaza, un sobrero de Victoriano del Río que sustituyó a una raspa impresentable del hierro titular, le hizo cosas muy buenas. Sobre todo, unas dobladas torerísimas de apertura y un toreo ligado con el que fue capaz de sujetar una embestida huidiza.
Le vi sin embargo un punto brusco en los toques, lo que le impidió, según mi opinión, terminar de acoplarse con el toro. Mató, como sus compañeros, de manera horripilante, y así ni en Huelva hay quien corte una oreja. De hecho, entre los tres no dieron ni una vuelta al ruedo, que ya es decir…
Por Álvaro Acevedo
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