Semanario “El Ruedo”, nº 367. 5 de julio de 1951.
.El “suceso” “Litri”, por si al emplear un término equivalente, como el del “fenómeno Litri”, esta palabra se entendía como calificación directa del torero y no del hecho que el torero de Huelva ha producido, y que es al que queremos referirnos.
En la corrida del pasado jueves en Las Ventas , “Litri” volvió a triunfar de manera rotunda; volvió a estremecer a los espectadores con sus arranques y sus alardes de valor extraordinario; volvió a cortar orejas —dos en el primer toro suyo y una en el quinto— y volvió a salir en hombros.
Para “Litri”. y aquí sí que sobra toda discusión, está todo resuelto y bien resuelto. Parece innecesario añadir un elogio más a los que ya vuelan con aire dé leyenda por espacios más amplios y hasta alejadísimos del ámbito taurino.
Cabrá la controversia, y hasta será necesaria para hacer más sólido el pedestal de su fama acerca de uno u otro estilo, del toreo lento o del toreo rápido; pero lo que ya nadie podrá dejar de reconocer es el hecho, el suceso, el fenómeno que “Litri”, de manera explosiva, ha provocado.
La razón habrá que buscarla en la manera como “Litri” “hace presente el riesgo” en el drama indudable que es la lidia del toro por el hombre. Es la incertidumbre ante un desenlace de ese drama; que, en otros toreros, los espectadores estiman consecuencia lógica, casi prevista, de la técnica y del dominio.
Basta para pensar en ello contemplar en una de estas tardes triunfales, arrebatadoras, de Miguel Báez el aspecto de los tendidos, o simplemente observar una fotografía, como las que publicamos en estas páginas, de esos momentos en que el torero agudiza las situaciones, a cuerpo limpio, bien arrodillándose de espaldas al toro o acostándose, como ocurrió el jueves, ante él. Muchas mujeres se tapan la cara con las manos, muchos hombres las elevan a lo alto y otros saltan sobre las gradas, mientras los demás aguardan con atención anhelante a que pase el momento de peligro.
Esa fuerza tremendamente emocional de hacer viva la presencia del riesgo es lo que sitúa a “Litri” en un puesto de excepción.
En la corrida de la Policía se repitió el alboroto, el escándalo de la de Beneficencia. Porque su primer toro, poco picado a petición del matador, llegó pronto, aunque con la cabeza alta, a la muleta; pero al quinto había que arrancarle los pases a puro de cruzarse, de exponer, antes el cuerpo vestido de color claro que la mancha del trapo rojo.
Así lo hizo “Litri” una y otra vez. Tantas, que por alargar esta segunda faena, aun entrando con su buen estilo de siempre, no mató pronto, y aun después de haberlo hecho por tres o cuatro veces, hubo de recurrir al descabello. Pudiera decirse que al público no le importaba esto demasiado, si las pausas servían para nuevos pases y para nuevos enardecimientos. Así, cuando el toro cayó, le fué concedida una oreja, como antes le habían concedido las dos al rematar a su primero de una estocada magnífica tras un pinchazo en hueso.
Acabada la corrida, tremante mientras toreaba de muleta “Litri”, con sus naturales citando desde lejos, y sus molinetes de rodillas y sus manoletinas mirando al tendido, el de Huelva salió en hombros y a la calle. Que aunque parezca una misma cosa, es distinta. Hay toreros que salen en hombros; pero ya fuera, la calle apaga prontamente el eco de los aplausos. Para “Litri”, en cambio, la calle es la caja de resonancia que amplifica y lleva el eco a parajes ignorados y remotos.
Y así, en imagen de riada, de fuerza de la naturaleza incontenible, es como hay que explicarse el hecho, el fenómeno, el “suceso” “Litri”.
►Crónica de EMECE. Semanario “El Ruedo”, nº 367. 5 de julio de 1951.
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