Un futuro lleno de incertidumbre y esperanza
Por José Carlos Arévalo
EL OJO CRÍTICO – Los toreros en una Fiesta en crisis - EntreToros
La Fiesta ya no está en la sociedad española como durante todo el siglo XX, incluida su última década. La Fiesta está metida dentro de un gueto. Sin embargo, para pasmo de los antitaurinos vencedores, resulta que el gueto es muy grande. Es cierto que importantes hechos taurinos, como las dos grandes tardes de Morante, la de San Miguel del año pasado, y la de San Isidro de este año, veinte años antes habrían sido dos acontecimientos nacionales. Pero no hay acontecimiento sin difusión. En la España de estos días, Wimbledom es un acontecimiento nacional por si Nadal lo gana o lo pierde, pero los Sanfermines no lo son aunque Morante cortase un rabo. Fíjense en el detalle. TVE transmite los encierros para casi todo el planeta, de las corridas no se da una sola imagen en los informativos. ¿Quién es capaz de romper este nudo gordiano?
José Tomás lo rompe cada vez que torea, plaza llena y cobertura internacional de cada evento, pero el maestro no asume su papel de figura. Es un automarginado de lujo, un torero de época, el mejor de los toreros. Pero no se puede contar con él. A la inversa que Morante de la Puebla, otro grande del toreo que sí asumió su condición de figura, dio la cara en la pandemia y en la post pandemia. Se solidarizó con todo tipo de ganaderías, todas útiles a la Fiesta, y se acarteló con todo tipo de toreros, todos útiles a la Fiesta. Él ha mantenido encendida la llama del prestigio de la tauromaquia en sus tiempos más difíciles.
La peste ha aportado, por supuesto sin quererlo, un inesperado marco de renovación. El año fuerte del coronavirus se impusieron los toreros virtuosos del temple que han modificado su manera de ver el toreo a todos los públicos: Juan Ortega y Pablo Aguado, a quienes no por estar fallando este año se les puede negar que han cambiado el gusto del público, de todos los públicos. Junto a ellos, y quizá con más fuerza que ellos, Emilio de Justo alcanzó el rango de figura, y no sabremos como habría sido esta temporada si un toro no lo hubiera inhabilitado hasta ahora. La buena noticia es que reaparecerá en la Feria de Almería.
Otro hecho relevante producido por la pandemia ha sido la toma de posiciones de una joven generación de empresarios, debido al repliegue lógico pero muy conservador de la cúpula empresarial. Todavía los pliegos adjudicatarios de las plazas, más conservadores todavía, cierran el paso a la renovación. Pero la gestión que la joven empresa taurina está llevando a cabo en cosos importantes, no calificados administrativamente como de primera, aunque con solera y solvencia taurina de primerísima, una magnífica gestión este año, el del regreso de la temporada. No obstante, como los grandes empresarios, están incurriendo en la misma y precavida oferta: basar sus ferias en lo que, erróneamente, consideran valores toreros seguros en el ruedo y/o en la taquilla. Por supuesto, lo son y además son la mayor garantía de un abono. Pero los carteles los compone una terna, y la conclusión de que hacen falta tres figuras para llenar la plaza ya no es cierta en la mayoría de ellas. Ahora, excepto tres o cuatro espadas, el resto ni quitan ni añaden gente. Para el empresario, la ocasión es buena porque dando sitio a quienes ahora discrimina no rebaja la categoría del cartel pero sí su coste. Y para el aficionado es mejor porque amplía la baraja de toreros a los que ver, y además hay muchos muy buenos y sentados en su casa viéndolas venir.
La situación de la tauromaquia, brillante por fuera y problemático por dentro. Ahí está el mes de junio para demostrarlo. Pero a esa aparente normalidad le subyacen las cuestiones que se acaban de mencionar. Y para el futuro de la Fiesta no es bueno que sean muchos los toreros parados que merecerían torear con más frecuencia. Si las cosas continúan por ese reguero, la Fiesta se verápronto falta de mano de obra. Podrá aducirse que en tiempos de la Edad de Oro, cuando la tauromaquia llegó a su cenit, en el escalafón había tan solo la cuarta parte de matadores que hoy en día. Pero las realidades muy separadas en el tiempo no son equiparables. Antes, los españoles apenas viajaban, los caminos eran intransitables, los medios audivisuales de masas no existían, y un aficionado podía ser un feroz partidario de un torero al que había visto cuatro o cinco veces en su vida. Pero de él sabía puntualmente, todos los días, a través de la prensa.Hoy los aficionados, la población del gueto taurino, ven a los toreros diez o quince veces por temporada sin moverse de casa, gracias a Canal Toros, la televisión del gueto.
Y ahora, la gran pregunta, ¿quién sacará a la tauromaquia del gueto? Para responder a esta cuestión clave de la Fiesta actual, lo primero es saber por qué los medios informativos la enclaustraron y por qué las autoridades están encantadas de de verla ahí dentro.
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